September 19, 2006

¡TERREMOTO!

A muchos que éramos niños en ese entonces nos tocó celebrar lo que para el resto era una tragedia. El terremoto que sacudió a la capital –y también las zonas sur y centro del país- nos permitió faltar a clases. Nadie suponía hasta dónde el movimiento telúrico (inusual, sí, pero no para tanto, o eso creímos) se cobraría con una cuota de edificios públicos y la gente que los habitaba.

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DESTRUCCIÓN. TOMA 1
Y de pronto, mientras unos se encontraban ya dentro del transporte público, mientras algunos manejaban sus autos y otros más se preparaban para abandonar sus casas para dirigirse a sus destinos, llegó. Prácticamente todos hacíamos lo mismo cuando la tierra se comenzó a mover; es difícil pensar que aquellos que sucumbieron bajo los escombros tenían la mente en el mismo punto que los que corrimos con suerte: todos saldríamos a la calle y regresaríamos más tarde para continuar con nuestras existencias. Pero a las 7:19 de esa mañana –jueves 19 de septiembre- y lo que esa hora trajo consigo le cambió el rumbo al país, y no solo a las víctimas. Los registros marcarían que el sismo alcanzó los 8.1 grados en la escala de Richter, con origen en la llamada Brecha de Michoacán. (que no es sino un segmento de falla sísmica que debido a que no se ha movido por años, da paso a movimientos de grandes magnitudes). El sismo, por su naturaleza, no era tan grande pues existían antecedentes de eventos mayores, pero los resultados reales de éste (con una réplica de 7.3 grados la noche siguiente- parecían parte de una oscura pesadilla: las colonias Doctores, Guerrero, Juárez, Centro, Morelos, Tepito, Condesa, Tlatelolco, Cuauhtémoc, San Rafael y Roma fueron aquellas más afectadas y se dice que cerca de 6000 edificios fueron dañados y 412 absolutamente destruidos. El derrumbe en particular de algunos grandes edificios emblemáticos de la capital crearon el pánico: el Hotel Regis, el edificio Nuevo León de la unidad Tlatelolco, la torre de hospitalización del hospital Juárez. Poco a poco las pantallas de televivión mostraban más y más edificios colapsados. Incluso Televisa Chapultepec sufría los estragos causados por el movimiento que durara alrededor de 3 minutos.

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Al poco tiempo, la ciudad perdería el 30% de su capacidad hospitalaria (a pesar de la ayuda de las cerca de 350 ambulancias puestas en circulación); el abastecimiento de agua se vio dañado, así como la energía eléctrica y las líneas telefónicas. Miles de escuelas mostraban cuarteaduras (razón por la cual los niños, felizmente, dejamos de recibir instrucción). Se calcula que se perdieron 400 millones de dólares en daños. Esas son las consecuencias materiales, pero las víctimas y su gran número dramatizan los hechos: 37,000 personas se quedaron súbitamente sin casa (los llamados damnificados) y las cifras de cadáveres varían. Algunos dicen que el número fluctúa entre 10 y 20 mil seres muertos, pero como en todos estos casos, las cifras oficiales son ridículas en su evidente afán por esconder la realidad. En una entrevista publicada en la página electrónica del diario El Universal con un hombre que fungía como médico del hospital Juárez en esos días, se hace un recuento solamente de la torre que se derrumbó en ese lugar. El hombre –llamado Eduardo Jiménez Sandoval- saca sus cuentas y lanza una cifra demasiado terrible para un solo lugar: mil víctimas. Un muerto es espantoso (o debe serlo, yo no lo sé, pregúntenle a aquellos que participaron en el levantamiento de escombros y la búsqueda de personas con vida). Mil es una pesadilla. Pero esconder los datos por razones políticas es como para que la gente se levante y linche a sus “representantes populares”.

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DESTRUCCIÓN. TOMA 2
Y es que el pusilánime presidente Miguel de la Madrid y su pusilánime gobierno mostraron su total inutilidad e incapacidad para manejar las condiciones adversas. Las autoridades “competentes” no supieron qué hacer y he aquí que, de pronto, nació aquello que más tarde sería llamado “sociedad civil organizada”: aquel segmento de la población capaz de organizarse por sí sola cuando el gobierno no sabe asumir sus responsabilidades; fenómeno nacido en esos días y que ahora es un monstruo amorfo y torpe sin rumbo, como Miguel de la Madrid. Un buen número de gente se sumió en el miedo y la depresión provocado por esa especie de video snuff a gran escala que representó el terremoto; pero mucha más decidió salir a las calles y colaborar en las labores de rescate, mientras el ejército y los cuerpos de seguridad demostraban su infinita capacidad de reacción, al abstenerse de rescatar a las víctimas durante las primeras 24 horas posteriores. También la gente comenzó a organizar colectas monetarias y en especie para apoyar a las víctimas que ahora vivían en albergues (algunos aún lo hacen, en una muestra más de la poca voluntad de los gobiernos siguientes). Igualmente, otros países mandaron comida, unidades médicas, sangre, medicinas, ropa y escuadrones de rescate armados de perros entrenados. Lentamente, se rescataba a aquellos que seguían vivos aun debajo de los escombros. Lo sorprendente: aquellos niños de incubadoras del hospital Juárez que lograron sobrevivir quién sabe cómo y que cada aniversario son víctimas del acoso y la demagogia de los medios y los políticos. Por otro lado, la catástrofe demostró lo invulnerables que éramos todos y no solo los pobres. Televisa se derrumbaba, los familiares del tenor Plácido Domingo morían sepultados, Rockdrigo González, creador del rock rupestre, terminaba debajo de las ruinas de su departamento de la Juárez.

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El gobierno de MMH, que un año después colocara medallas en el cuello de los jugadores de la selección argentina, sonriente como si todo se lo debiéramos a él, todavía tendría reservada una profunda crisis económica que acabaría con la moral nacional. El fatídico fenómeno natural y lo que sucedió posteriormente servirían para demostrar varios lugares comunes que, penosamente, siguen siendo vigentes:
Uno: el nulo interés de los gobiernos hacia el pueblo. Sí es cierto que nos buscan por los votos y para robarse el dinero; si cualquier hecho, natural o no, nos lleva a la mierda, a ellos no les impota.
Dos: los capitalinos vivimos en una bomba de tiempo. Si hace 20 años el temblor echó abajo tal cantidad de edificaciones y mató a tanta gente, ahora, con más pobladores, más autos, más casas y más problemas geo-ecológicos, nos espera algo muchísimo peor.
Tres: la población tiene más capacidad de organización y reacción que sus gobernates (aunque la masa en sí es estúpida, no lo olviden), y no solo por las muestras de solidaridad demostradas en esa ocasión, sino también por su manera de reaccionar ante la catástrofe: un día después de lo acontecido ya se hacían chistes al respecto, como comenzar a llamarle Trágico Jueves a Plácido Domingo o decir que Rockdrigo murió de una sobredosis de cemento.

Las imágenes con las que se ilustra esta crónica pertenecen a The earthquake that shook México City, un raro libro editado por Oscar Alarcón, en ese entonces periodista de El Heraldo de México y que tuviera la oportunidad de sobrevolar la ciudad en llamas y ruinas minutos después de los hechos. Verlas a ala distancia sigue produciendo escalofríos, vivirlo fue un horror. Una conclusión obligada: es mil veces obsceno ver cómo se cae la ciudad y no hacer nada. Dejar morir a las víctimas de un desafortunado acto (de la naturaleza o no) es, por decir lo menos, falta de huevos. Crear escuadrones para extinguir la práctica del graffiti (o reprimir a las minorías, o meterse el dinero en las bosas del saco con todo y ligas, o –hipócritamente- condenar las drogas o el aborto mientras se es cómplice del narco y se promueve el sexo sin protección, etc, etc.), es síntoma de un gobierno estúpido y rebasado por sus pobladores. Sin pretender pontificar, las prácticas fuera del establishment siempre representarán el lado más vital y más inteligente e informado de una sociedad que se desmorona poco a poco.
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