October 23, 2007

THE CURE/PALACIO DE LOS DEPORTES/SEPTIEMBRE 5, 2004


Llego antes de la hora marcada en mi boleto sólo por si las dudas. Se ha estando rumorando que INTERPOL será la banda telonera, pero al final no es así y no hay nada que ver. El lugar se llena poco a poco y ya han llegado los mini Robert Smiths. El tiempo avanza y falta poco para que Robert Smith y su banda estén a escasos metros de mi lugar. Desde mi lugar alcanzo a ver a Joselo Rangel, de Café Tacuba, muy a la orden –recordemos que Cafeta alguna vez se llamó Alicia ya no vive aquí, y según sus palabras, era un pastiche de The Cure. A muchas bandas les pasa pero no todas lo aceptan. En fin, que la gente ya está ansiosa; ya son 12 años desde la primera vez que vino The Cure y ni siquiera tocaron en la ciudad de México. Yo comencé a escucharlos en la época de Wish; cuando ya habían pasado por el país y estos conciertos de ahora se antojaban como, probablemente, la última vez que tocarían en suelo nacional. No podíamos perdernos el acontecimiento.

Las cámaras de video comienzan a hacer tomas de gente –sobre todo chicas guapas y escotadas- que aparecen en las pantallas a los lados del escenario y de pronto, sin que nadie lo espere, las luces se apagan. Los gritos comienzan. No es cierto, no puede ser. Hemos esperado tanto que parece imposible que The Cure esté a punto de tocar frente a nosotros. Hace su aparición Simon Gallup, el mítico bajista cuya figura es casi tan popular como la del mismo Robert Smith. Comienza a juguetear con su bajo y no pareciera miembro de The Cure, sino de una banda de eso llamado rock alternativo, con su camiseta sin mangas, tatuajes en los brazos y una boina coronando su cabeza. El resto de la banda llega al escenario y juntos comienzan a tocar. En la prensa se ha dicho que los dos anteriores conciertos (en Monterrey y el Palacio) han abierto con "Lost", tema proveniente de su último álbum. Pero hoy no, esta vez comienzan con "Plainsong", canción con que comienza Disintegration, el disco que los volvió en la banda de culto que es ahora. Nos esperan sorpresas; no será un concierto predecible. Para cuando aparece Robert Smith, la gente se desborda, su imagen es muy poderosa, es un icono. Sigue "Shake dog shake", una potente rola de los años 80, de The Top, una muy buena canción, pero extraña, yo no la esperaba escuchar. En la pantalla, una imagen duplicada de un perro en constante agitación. No tengo hoja ni pluma para anotar el orden de las canciones, y eso acaba por olvidarse. No sé el número de canciones ni el orden, pero sí las atmósferas que se esparcieron por la cúpula del Palacio de los Deportes.

THIS IS THE END OF THE WORLD

El primer bloque consta de una combinación de éxitos de la banda combinados con rolas nuevas y algunos temas oscuros. Sirve para calentar motores y comenzar la cuenta regresiva. "Plainsong", "Shake dog shake", "Lovesong", "Disintegration", "In between days". De pronto se puede ver a Simon bailando por el escenario. Muy extraño, contrastante con el aura dark que siempre se le ha atribuido a The Cure. Durante el tiempo transcurrido del concierto, suenan muchas canciones de The Cure, el último disco. En la prensa se dice que el público no coreaba estas rolas porque son muy nuevas y nadie se las sabe, pero la audiencia de esta noche parece la más familiarizada con la banda y la gente corea "Going Nowhere", "Labyrinth", "Before three", "The end of the world", "Anniversary", "Us or them" (esa especie de metáfora sobre los juegos de poder de Bush), "alt.end", "Never", "The promise" (esta última, en una muestra de que The Cure no son solamente una banda simbólica, sino un conjunto de excelentes músicos), o sea, ¡casi todas las canciones del disco: 10 de 12!

A NIGHT LIKE THIS

Durante el concierto escuchamos varias canciones que no creímos escuchar jamás. En Monterrey el set fue pop, con los éxitos de The Cure (aquellas canciones conocidas por todos y que dan forma a Standing on the beach y a Galore, los dos discos de singles de la banda). Aquí nos regalaron un recital extraño y oscuro, nada complaciente para los nuevos fans, pero multivitamínico para los que escuchamos a Cure desde hace años. "From the edge of the deep gren sea", "Bloodflowers", "One hundred years", "Primary", "Grinding halt". Hemos pasado por momentos muy “comerciales” (no podían dejar de tocar algunos temas reconocibles, entre ellos "A night like this", "Charlotte sometimes"), pero para cuando el concierto llega a la mitad, nos sorprenden con un bloque total y absolutamente darkie: ahora suenan temas de las etapas más sombrías del grupo, canciones de Faith, Pornography, Bloodflowers y Disintegration. La densidad es tal que mucha gente se arrellana en su asiento. Incluso para un fan aferrado la travesía es dura y desconcertante. Ya nadie brinca ni baila –naturalmente-, y muy pocos corean lo que escuchan. Sorprende la concentración de los miembros del grupo, la clavadez y profundidad en The Cure han sido construidas cuidadosamente. En los temas especialmente largos hacen gala de una especie de virtuosismo brutal. En especial, "From the edge of the deep green sea", canción del disco Wish logra transmitir una sensación de ansiedad e inmediatez que no decae durante la duración del tema, y que la banda también alcanza sobre el escenario. Suenan igual que en el disco. Este bloque recuerda muchísimo el primer álbum en vivo de la banda –Concert- por la selección de canciones y porque contiene todo el sonido y las atmósferas de las etapas más depresivas de The Cure.

END

Después de la neblina que han creado Smith y compañía, todos esperamos un leve respiro, y Robert parece intuirlo, porque parece como si todos los muertos –nosotros- fuéramos a la disco de mano del grupo. Ahora siguen los temas bailables de la banda ("The walk", "Let´s go to bed", "Why can´t I be you?") y Robert Smith se presenta como un bizarrísimo maestro de ceremonias: toma el micrófono y se acerca a todos los extremos del escenario para incitar e invitar al público a que lo acompañe cantando y vibrando, incluso aquellos de las zonas menos favorecidas del Palacio, lo cual desencadena una masa de gritos y emociones muy particular. Pero Robert Smith es muy tímido y al jalar a la gente a la fiesta se vuelve un ser muy sombrío, da tristeza verlo tan feliz. Ya sabemos que el tiempo se agota y que este será el último encore. El final debe ser apoteósico y así es: en tres canciones hacen un recorrido veloz por todo lo que es The Cure: una serie de canciones de los inicios de la banda, entre ellas "Grinding Halt", de su época más cercana al neo punk que al dark y, para finalizar, un himno generacional, la canción con que la gente identifica el sonido de Cure: "Boys don´t cry". No hay nada más que pedir; han tocado lo que hemos querido aunque lo mejor habría sido asistir a todos los conciertos para de veras no perdernos nada. Es hora de regresar a casa por calles oscuras que no son londinenses pero que quedaron cubiertas por el manto nostálgico de The Cure.

October 16, 2007

SURF'S UP!

“Recuerdo haber visto, al volver a casa temprano una mañana, tras dejar a mi
mujer en el estudio de cine donde trabajaba, un enorme graffiti pintado en
letras negras sobre la blanca fachada de una casa de Malibú, que decía: “¡Recen por el surf!”. Debajo, en letras rojas de mayor tamaño, un gracioso había añadido: “¡Rezad por el sexo! ¡Ocasiones para el surf nunca faltan!””
Peter Viertel


DE POLINESIA PARA EL MUNDO
El surf es un deporte que nació en Polinesia, y de allí se ha expandido, valga la expresión, en oleadas constantes hasta convertirse en el negocio multimillonario y, sobre todo, el icono (sub) cultural que es ahora.
Los hombres polinesios –“los primeros hijos del mar”- construían flotadores que amarraban con fibra. El clima polinesio era inmejorable. En general, sus enemigos naturales –y que, para su gran fortuna, no solían presentarse muy seguido- eran los tsunamis y las pequeñas erupciones de lava que escupían los volcanes.
Se sabe que cuando los surferos contemporáneos no podían practicar su deporte, dio inicio el skateboarding. De eso hablaremos más adelante, pero en los primeros años, los surfers de Hawai rezaban y cantaban en su tiempo libre.
En sus versos cantaban sobre Kahiki, un lejano y perdido lugar que sus antiguos dioses habitaron. Kahiki es una isla que eventualmente se convirtió en Tahití. Havaiki era su isla hermana. Actualmente la conocemos con el nombre de Hawai, isla en la que se han encontrado jeroglíficos en los que se representaba el deporte. Sus cantos y grabados sobre la piedra volcánica datan de 1500 a.C.
EL DEPORTE DE LA REALEZA
Desde sus orígenes, el surfeo se trató de un deporte de la realeza. En Hawai la realeza la ostentaban los Alii, los reyes y reinas –como Kamehameha I, quien contaba con un campeón surfeador entre sus consejeros- que, invariablemente, se solían avistar sobre sus tablas de surf, igual que hacían los nativos adolescentes. Pero el agua busca su nivel, y los Alii competían entre ellos mientras que los jovenzuelos eran relegados a las ensenadas, en donde eran entrenados por los imponentes Kahunas (hombres de conocimiento), que les transmitían su conocimiento de la ola.
Los Kapuz (que eran tabúes muy rígidos, regidores de la vida diaria) definían los privilegios reales. Entre otras cosas, éstos indicaban el momento en que solo los reyes Alii podían surfear. El pueblo ni siquiera se atrevía a tocar el agua, so pena de muerte. Actualmente se dice que el surf siempre fue para el pueblo y no solamente para los reyes. Quizá los tabúes llegaran en ocasiones a ser relativamente flexibles, pero las reglas eran duras. No por nada al surfing se le conoce como “el antiguo deporte de los reyes Hawaianos”.
Los privilegios reales también determinaban que sólo los gentiles tenían el derecho de usar las tablas Olo. Estas tablas, de 15 pies de largo y 8 de ancho, llegaban a pesar 150 libras (más de 20 kilos), por lo que los surfers reales necesitaban la ayuda de sus esclavos para echarse al mar. Para la elaboración de las Olo, se llevaba a cabo todo un ritual en el que el obrero, tras cortar un árbol wiliwili, ofrecía un tributo a los dioses para así no hacerlos enojar. La tabla solía ser de tan alta calidad que pasaba de generación en generación. Un dato muy interesante, digno de anotarse, es que el surf, al ser parte de las leyes de la isla, era un aspecto de la forma de gobernar de los Alii. El surf era un elemento muy importante de la forma de gobierno.

La gente del pueblo de Waikiki se tenía que conformar con las tablas Alaia. La madera de éstas provenía de árboles frutales llamados koa, con la que la tabla resultaba difícil de controlar, aunque eran mucho más ligeras que sus contrapartes de la alta sociedad. Ambas tablas se tallaban con huesos u otras herramientas de piedra y se les daba un acabado en color negro con pintura vegetal, a veces proveniente del plátano, para finalmente ser cubiertas con una capa de aceite. Los surfers eran muy cuidadosos y daban mantenimiento a la madera de sus tablas y las cubrían con una tela para evitar que se maltrataran. Un antecedente de la decoración actual, tema que trataremos después.

Mientras esto pasaba, las competencias se desarrollaban y el honor se ponía en juego: más que competencias se trataba de duelos que llegaban a durar días, a veces semanas. El ganador de estos duelos se determinaba bajo varios criterios. Unas veces, por ser el primero en llegar a una meta establecida, pero otras por su apariencia. El más elegante sobre la tabla, el más hábil y a veces también el más atractivo, era el que ganaba. En ocasiones, si la meta era, por ejemplo, alcanzar una bandera blanca, el premio era la chica que ondeaba dicha insignia. Un premio nada despreciable.
LOS MITOS DE LOS MEHUNE
Una de las historias más conocida era la que versaba sobre los Menehune, los habitantes originales de la isla. Entre ellos se hallaba Mo´a, que era ni más ni menos que una mujer serpiente con una lengua que se podía quitar y poner a voluntad. Esta mujer sorprendió un día a un joven Alii que surfeaba plácidamente sobre las aguas del Atlántico. Mo´a se le apareció, lo enamoró y ambos terminaron haciendo el amor por meses, hasta que el joven se dio cuenta de que su propia belleza se escapaba de su cuerpo y pidió a la mujer que le permitiera regresar a retar al oleaje. Ella accedió y le obsequió la mejor tabla que ningún surfista tendría jamás: su propia lengua, con la que logró volverse el mejor surfer de todos los tiempos.
Otra historia hablaba de una reina Alii que surcaba las olas con los pechos descubiertos, lo cual es muy factible, como se verá más adelante.

HOT DOGS
Un elemento del surf, siempre presente –y no desde la cultura norteamericana, sino desde los primeros años en Hawai- es el roast dog, un antecedente del omnipresente hot dog, y que incluso los Alii solían comer entre competencia y competencia.

ENCUENTRO DE DOS CULTURAS
Para cuando el capitán británico James Cook llegó a tierras hawaianas en 1770 sobre sus naves, Discovery y Resolution, el surf –el Ka Nalu o He´e Nalu, ese viejo deporte que simbolizaba la unidad física y filosófica del hombre con el mar- era ya una tradición bien arraigada; cosa que no necesariamente fue comprendida por el europeo.
Cook fue el primer oriundo de Europa en atestiguar la práctica del surf –y también el primero en prácticamente apreciar las playas de Hawai, específicamente de la bahía de Kealakekua- y, antes de morir en manos de los mismos hawaianos (pues un día se dieron cuenta de que aquel hombre no era el dios que esperaban pacientemente desde hacía tiempos inmemoriales, además de que intentó secuestrar al jefe de la tribu para tratar de que le regresaran un bote que le habían robado), describió el deporte y apuntaba: “con tales ejercicios, se podría decir que estos hombres son casi anfibios”.
Este documento (terminado de redactar por su teniente James King) es de vital importancia, pues en Hawai no existía un lenguaje escrito, y sus palabras representan la primer evidencia de la existencia escrita del surf.

Pero para el europeo los domadores de olas no eran sino la encarnación misma del mal (además de una pérdida de tiempo), y los primeros grabados en retratar su práctica eran odiosamente inexactos, casi cómicos, con una exactitud muy baja. Si bien los hombres y mujeres que lo practicaban lo veían como una antigua e importante tradición, la verdad era que también lo usaban para hacerse la corte. Y hacerse la corte muchas veces termina en fornicación, no lo olvidemos. Mucho peor si se practicaba como se practicaba en ese entonces: los surfers salían a la mar totalmente desnudos. Y peor aún si, como sucedía a menudo, la corte se realizaba entre hermanos y hermanas. ¡Incesto!
Eso, y las enfermedades que los europeos cargaban en sus barcos y debajo de sus pesadas armaduras, dieron al traste con la práctica del surf. Un período de decadencia embargó al pueblo polinesio; su sistema político –el Kapu- se derrumbó, y con él, todo lo demás.

En la caída del surf tuvo que ver que los mismos Alii obligaron al pueblo a trabajar la tierra para el hombre blanco (los misioneros escoceses y alemanes que llegaron al lugar en 1821), haciendo a un lado actividades banales, como el surf. El maravilloso deporte, que se venía practicando desde hacía muchísimos años, entró en hibernación, de no ser por el empeño que reyes como David Kalakau pusieron en que no desapareciera por completo. Muchas tradiciones hawaianas desaparecieron después de ese oscuro tiempo. Pero el surf sobreviviría y apenas empezando el siglo XX regresaría por sus fueros.

Pero de eso hablaremos después de esta ola...

LA ISLA DE LA FANTASÍA

Como vimos en la primera parte de esta historia del surf, fue tras la llegada del Haole (el hombre blanco) que el deporte de la realeza polinesia, decayó casi hasta el punto de ser declarado oficialmente muerto. Pero la ola regresó a la playa y el deporte tuvo un renacimiento glorioso. Para que ello sucediera, fue necesaria una segunda “oleada” de Haloes. Los beachboys, que les llaman. Turistas que arribaban a los hoteles del flamante destino turístico en que se había convertido Hawai en las décadas de los 30 y 40. Desde 1905 se había constituido en Waikiki un grupo llamado “El Club de las Olas”, formado por un joven de Waikiki llamado Duke Kahanamoku. Él y sus amigos fueron bautizados como “Los Beachboys de Waikiki”. Ellos fueron quienes dieron una nueva bocanada de aire a la disciplina.
Dos años más tarde, un hombre de negocios especializado en bienes raíces llamado Henry Huntington pidió a un hawaiano de origen irlandés de nombre George Freeth que llevara a cabo una demostración del deporte para los turistas de la isla para la inauguración de las vías férreas que iban de Redondo Beach a LA. Alguien que llegó a ser espectador de las evoluciones acuáticas de Freeth fue el escritor Jack London. El show resultó ser un gran éxito en dos vías: los espectadores reaccionaron favorablemente y Freeth aprovechó la ocasión para presentar una nueva tabla que acababa de crear al partir en dos la original de 16 pies de largo. Con ello se inició un nuevo interés por el surf y por la innovación técnica en cuanto a tablas se refiere. London contribuyó escribiendo sobre el surf en publicaciones que se leían nacionalmente, en las que describía a Freeth como “un joven dios de bronce con quemaduras de sol”, y lo comparaba con el dios Mercurio. Y de alguna manera, no estaba lejos de ser una deidad. Por lo menos para el surf, pues posee el título de ser el primer hombre en surfear en Norteamérica. Ello no es necesariamente cierto, pero sí fue la primer estrella surfer.
WAVE RIDING

El deporte demostró ser adictivo. Una vez de regreso a sus hogares, los beachboys no permitieron que su práctica decayera. Sobre todo en las playas californianas, se comenzó a ver a surfers empecinados en sacar más de lo que las poco favorables olas de allí les podían ofrecer. Para sumar problemas, no solo no había una audiencia que siguiera los malabares acuáticos de los surferos, sino que ello significaba también que no había quién les ayudara, como en Hawai. En sus primeras incursiones en la tibia agua hawaiana, los lugareños servían de ayuda a los turistas. Si uno caía de la tabla, allí estaban dispuestos a levantarlos, lo cual no sucedía en Waikiki. Por otro lado, el deporte, sin las gentiles olas de su país de origen, era rudo y agresivo, lo cual provocó que sólo un pequeño grupúsculo de testarudos continuara la práctica. Y eso sucedió durante un aproximado de 30 años, lo que les permitió conocer el mar californiano a fondo. Los surfers acampaban a las orillas de los mares de Malibu, San Onofre y Windandsea, en donde, dicen los historiadores, tras duras jornadas en las hacían recorridos submarinos de reconocimiento –en un punto dejaron las tablas para sumergirse directamente y comprender a fondo la mecánica del oleaje- cuyo fruto no podría haber sido mejor: el reencuentro con la mística Ka Nalu, aquella que decía que la ola era un ente femenino al cual se le debía domar con delicadeza. Las técnicas de cabalgamiento de la ola son narradas en forma casi de relato erótico.

Poco a poco fue robusteciéndose la práctica. Ya habían más y más clubs de surfistas, y Jack London ahora describía las largas filas de lockers en donde los surfers guardaban sus cosas. Un club famoso llegó a contar con 1200 miembros activos. Los surfistas llegaban a las playas en autos convertibles –o convertidos- en los que pudieran cargar sus tablas. Estas últimas fueron metamorfoseándose, volviéndose más y más ligeras con el tiempo. Se necesitaba movilidad y ligereza. A diferencia de sus ancestros en Waikiki quienes se quedaban anclados a sus olas milenarias, los modernos surferos eran nómadas en busca de la ola perfecta, estuviera donde estuviese. Y a diferencia de los Hawaianos, siempre hospitalarios para con los visitantes, la gente de Waikiki reaccionaba hostilmente con los extraños.

Malibu es una playa que se localiza muy cerca de las colinas de Hollywood. Si lees alguna historia del surf cuya fuente sea directa, es decir, escrita por un surfer de aquellos años, lo más seguro es que diga que a los surfers no les interesaba en lo más mínimo la creciente meca del cine. Pero la historia verdadera cuenta lo contrario y, de hecho, la influencia hollywoodense fue un toque de quiebra para la práctica. Ya llegaremos a eso. Mientras tanto y, aburridos de las frías aguas californianas, los surferos comenzaron a viajar hacia México. Mazatlán, San Blas y Acapulco se convirtieron en nuevos spots, en donde el agua era cálida como en Hawai. Al oleaje de estos lugares se le conocía como “la ola verde”, por los tonos del mar. Como un añadido, se puede decir que los surfers disfrutaban las primeras formas de spring breaks, pues se sabe de las francachelas que se llevaban a cabo en Tijuana y las demás sedes del surfeo.
LA MECA

Este año que está acabando, la editorial Taschen lanzó un lujoso libro recopilatorio en el que se pueden apreciar las fotografías que tomó LeRoy Grannis a los surfers durante los años 50 y 60. Allí, Peter Viertel confirma la gran influencia de los estudios cinematográficos en el surf. Viertel habla de Richard Zanuck, hijo del entonces vicepresidente de la 20th Century Fox, Darryl Zanuck. Dick, como le llamaban, había intentado entregarse a la ola en los años hawaianos, pero el peso de esas tablas primigenias no le permitieron hacerlo, “hasta que diseño la tabla de madera de balsa con revestimiento de fibra de vidrio o, a la postre, la blank, de espuma de poliuterano”. No es poca cosa. Ahora una tabla podía pesar solo 12 kilos.
Estamos hablando de la mera década de los 50. El cambio a las tablas de menos peso y el relajamiento de la posguerra (recién había acabado la intrusión norteamericana en Corea del Norte) permitieron que el surf pasara de ser simplemente un deporte, a una subcultura. Los jóvenes rebeldes de chamarras negras que entregaban su vida al cuidado de sus bellísimos coches ahora también encontraban solaz en retar a las olas. A lo largo de la historia hemos sabido de diferentes formas de slacking –es decir, de haraganería- y el surf fue una más de esas formas de vagar. Entregados al surf, se buscaba la mística surfer, pero desde otra perspectiva: el performance. Una combinación de desempeño y apariencia, de look, lo cual atrajo a una horda de rebeldes que no habían practicado el surf pero que veían en él una forma de rebelión. Hombres de pelo largo y portando suásticas, cruces de hierro y cascos de la SS con sobrenombres que daban personalidad a los nuevos personajes: “Mick the Masochist”, “Snake bite”, etc. Ello significó que cada vez más gente prestaba atención a la “nueva” moda. “Para la mayoría, surfear no era otra cosa que un baile de rock n’ roll más, una nueva canción de protesta”, recuerda William Cleary, uno de los primeros historiadores del surf. Dice que en ese frenesí lo importante ya ni siquiera era la ola, sino la playa, que no es lo mismo.

Y así es como el surf llegó a los años 60.

OLA DE LIBERTAD

Resulta que, de la misma manera que la batalla libertaria de los hippies comenzó con una buena intención y posteriormente se deformó hasta volverse una caricatura de la rebelión con una multitud de borregos siguiendo al líder –ya sin personalidad, iniciativa ni criterio propios- al buen surf le sucedió lo mismo. “A lost generation of surf freaks”, le llamaban los auténticos surfers a los clasemedieros que surfeaban por el estatus que hacerlo les daba. El resentimiento que esto provocó hizo que muchos surfers de la vieja guardia trataran de reencontrar la mística perdida. Por ello comenzaron a surfear a solos y bajo el influjo de drogas alucinatorias, con las que intentaban hallar lo que el mar se había llevado. Había qué recobrar la libertad que los experimentados surfers sentían cuando iban sobre sus tablas y que se había transmutado en un desfile engañoso.

Porque el surf representa libertad. Los aficionados y los que lo practican suelen compararlo con otros deportes. A diferencia de otras disciplinas, el que monta una tabla no se encuentra sujeto a reglas férreas y aunque hay una competencia entre surfers, se trata de una lucha a otro nivel, sobre todo porque la competencia real es con el mar. En el aprendizaje del surfer hay un estudio del comportamiento del mar, pues se debe cuidar de los arrecifes y los animales que se llegana mezclar con la ola, como delfines y focas, y al mismo tiempo lograr un balance que lo mantenga sobre la superficie. Existen descripciones muy elaboradas sobre las técnicas de surfeo. En Surfing: al the young wave hunters, el libro del citado Cleary y que data de 1967, se incluyen explicaciones que bien dan una idea de lo que representa la práctica de un deporte de esta naturaleza. Por ello es que se volvió demandante que las tablas evolucionaran: porque el surfer aprovecha su ligereza y maniobrabilidad de tal manera que su desempeño se vuelve mucho mejor con el tiempo. Dice Cleary que para el observador no instruido que ve a un surfer a la distancia, la labor le parece fácil. Nada más lejano de la realidad.

October 10, 2007

CHARLES MANSON: 9 CLAVES

1: EYES OF A DREAMER

Charles Milles Manson y su legado sangriento se reduce a una causa muy simple y común: resentimiento. Charlie tocaba la guitarra. Ello le permitió rodearse de hippies de Haight-Ashbury con vidas grises dispuestos a complacerlo en todo, lo cual era nada despreciable, pues Manson nunca antes había sido capaz de volverse el centro de la atención de los demás, y su biografía así lo demuestra. Su vida personal es simplemente patética por su continua marginación.

2: OUTSIDER

Como antecedente, su padre abandonó a su mujer sin haber conocido siquiera al pequeño Charlie, y cuando más adelante William Manson se convirtió en su nuevo papá postizo, la situación solo se agudizó, pues Kathleen Maddox, de profesión prostituta, alcohólica y ladrona, lo abandonaba continuamente en casa de sus estrictos abuelos (o en donde cayera) para salir a asaltar o cumplir con sus continuas condenas por su buen comportamiento.
Patético, y más aún cuando por fin fue abandonado ahora sí para siempre en una casa hogar, debido a que el novio en turno de su madre la quería a ella pero no al mocoso. Patético, patético. Un criminal comienza su formación antisocial. Su curso propedéutico tras las rejas duró 17 años de su vida adolescente

3: KILL ALL HIPPIES

Tras una de sus recurrentes temporadas en la cárcel, el maravilloso mundo de los hippies se abre mágicamente ante los ojos de Manson. Charlie se vuelve así un reflejo de la brecha generacional de esos años y representa a la juventud que no se conforma con lo que el Sistema y la vida convencional tienen para ofrecerles, así que deciden saltarse la valla e imponer sus propias reglas. Pero el hippismo nació defectuoso y Manson es, en todo caso, el tumor canceroso de la forma de vida americana. Un reporte policial de sus andanzas lo describía así: “peligroso... no se debe confiar en él si se le encuentra en la calle... tendencias homosexuales y violentas... seguro sólo bajo supervisión... impredecible”, y etcétera etcétera... etcétera. Una imagen poco probable de lo que los hippies presumían ser. No había paz en él, solo destrucción. Un pacifista no viola a sus compañeros de celda, ¿o sí?

4: EL CULTO DEL AMOR Y EL TERROR

Manson provenía de una familia quebrada, y conformar una le da una identidad nueva, una en la que él es el hombre al mando. Manson conforma su famosa comuna que la prensa bautizó como La Familia. Este grupo tuvo un número fluctuante de mujeres, hombres y niños y se conformaba en su mayoría por clasemedieros de existencias grises con quienes entró de lleno al desmadre contracultural de los años 60. La libertad extrema (libertinaje, que le llaman los de edad adulta) casi le hizo olvidar que en alguna ocasión él mismo había pedido que ya mejor no lo sacaran de la cárcel; el mundo era suyo y pronto tomaría el control.

5: THE FINAL CHURCH

Parte del magnetismo que la sola fotografía de Manson provoca en la sociedad se debe a su facilidad para embaucar incautos, como los mismos miembros de La Familia. Esa facilidad para atraer nuevos miembros a su grupo es difícil de comprender, pero es innegable. Aparte de los datos biográficos sobre sus andanzas asesinas, existe un aspecto poco explorado que más que aclarar puntos oscurece aún más el ambiente. Uno de los más escandalosos (por su gran alcance en la sociedad Norteamericana) es su supuesta adhesión a El Proceso, un culto también llamado La Iglesia del Juicio Final; culto que tendría apoyo de personajes como Marianne Faithful y Salvador Dalí. En dos libros que analizan los asesinatos en California (The Family: the story of Charles Manson´s dune bugge attack batalion y Helter Skelter: the true story of the Manson murders) se insinúa la relación de Manson con este culto apocalíptico. El Proceso editaba una revista y, en su número dedicado a la Muerte, publicó una carta escrita por Manson. Como en el caso de La Familia, su centro de operaciones es la intersección Haight-Ashbury, centro seminal de muchas subculturas underground. Durante su larga condena por los asesinatos de La Familia, Manson ha sido visitado por miembros del culto. Pero más allá de lo anterior, los datos se desvanecen entre la falta de datos y la confusión. CM solamente se ha aventurado a señalar que Robert DeGrimston (su fundador) son “uno y el mismo”. De El Proceso hablaremos en otro momento, sirva como dato que las largas manazas de la poderosa influencia Mansoniana abarcan mucho, y pasan por los tétricos terrenos de las sociedades secretas contemporáneas.

6: THE BEAUTIFUL PEOPLE

Manson había pasado sus años adolescentes de prisión en prisión, y en sus breves momentos fuera de chirona solía seducir adolescentes, drogándolas, mientras que se ganaba el dinero como intendente y cantinero en bares californianos, pero lo suyo era la música. Charlie cargaba su guitarra para todos lados. Un famoso asalta bancos había sido su profesor de música. Sus enseñanzas seudo místicas le permitieron reclutar a su séquito de seguidores y en algún momento convencerlos de salir a cobrar algunas cuentas pendientes, entre ellas una que tenía que ver con su truncado futuro musical y que se volvió el primer asesinato demostrado de la Familia.

7: NEVER LEARN NOT TO LOVE

Gary Hinnman, un músico que habitaba una casita en las Colinas de Topanga Canyon se volvió esa primer víctima justo por el resentimiento de Manson. Hinnman le había prometido una carrera rutilante en el show biz, pero un disgusto los distanció, a pesar de que Gary en verdad confiaba en el talento musical de CM quien envió a 3 de sus protegidos a vengar su causa y de paso cobrarse unos 20,000 dólares que Hinnman recién había heredado. Manson fungió como refuerzo en el asalto a su casa y con una espada le cortó la oreja a su frustrado representante, quien se quedó con una abierta de 13 cm., hasta morir desangrado por la suma de las heridas infligidas. Su resentimiento también fue el que lo llevó a perpetrar la masacre en la que Sharon Tate –esposa de Roman Polanski y con 8 meses de embarazo encima-, esta vez por las promesas incumplidas de fama musical de Terry Melcher. Melcher, hijo de la actriz Doris Day tampoco le consiguió un contrato, vamos, ni un solo conciertito en un bar de mala muerte, así que Manson le quiso mandar un mensaje. Pero Charlie es un poco exagerado para mandar mensajes, y los invitados a la casa Tate que terminaron asesinados (Tate y su hijo, Jay Sebring, Wojiciech Frykowski, Abigail Anne Folger, Steven Earl Parent, y la noche siguiente Leno Y Rosemary LaBianca) pagaron la sivergüenzada de Melcher. Manson envió a Charles “Tex” Watson, Patricia Krenwinkel, Susan Atkins, Sadie Mae y Linda Kasabian a cobrar la factura. Cuando Frykowski tuvo a Tex de frente, éste anunció: “Soy el Diablo. Estoy aquí para hacer los negocios del Diablo”. Manson sólo llegó a la casa para limpiar las posibles huellas y recoger un cuchillo que habían dejado olvidado. Luego de eso regresaron al rancho a tomar una merecida siesta.

8: CERDOS EN SICK CITY

Desde ese primer asesinato dejaron su firma personal. En una pared, con la sangre del cadáver, escribieron “political piggie” en un muro, una frase similar a la que dejaron en la mansión de Sharon Tate, su víctima más emblemática. Tras la terrible masacre que se conoce como “El caso Tate-LaBianca”, y después de sus otros slogans famosos –“Helter Skelter” y “Death to the pigs”-, la familia regresó al rancho Spahn, en donde antaño se filmaban westerns y que ahora se encontraba en total abandono y desuso. La Familia se movía por California, la Haight-Ashbury y la universidad de Berkeley en un autobús escolar al que le escribieron “Hollywood Films Productions”, para evitarse problemas con la ley, que vigilaba de cerca -ni tanto- sus pasos, pues el buen Charlie se encontraba en libertad condicional. Supuestamente la idea de Manson era infiltrarse en los círculos altos del show business gringo para desde ahí detonarlo, y para eso se supo rodear de los facilitadores sociales indicados: Robert T. Beausoleil, un actor vanguardista y Dennis Wilson (sí, el Beach Boy) coadyuvaron a que el grupo creciera en número y extendiera sus tentáculos. Algunas de sus seguidoras se encargaban de acercar dinero y tarjetas de crédito para la causa, patrocinados por sus despistados papás. Manson necesitaba soldados fieles, pues su explosivo temperamento mesiánico y las dificultades propias de la zona (como los ataques continuos de los motoristas Straight Satan) solo los más duros de caparazón lo podían soportar.

9: MANSON SUPERSTAR

Detenidos por accidente, La Familia, una vez en pleno juicio, comenzó a narrar las atrocidades que Manson les había orillado a realizar. Para llamar la atención sobre sus verdaderas intenciones de derrocar al sistema que lo había marginado y rechazado sin cesar, Manson se marcaba la frente con una navaja. Sus figuras, una vez una cruz, otra una suástica, escandalizaba a la sociedad que lo había escupido y que ahora lo enjuiciaba. Manson era el control a distancia de sus cumplidos esbirros y por ello fue condenado a una cadena perpetua que lo regresó a su medio ambiente natural. En la cárcel encontró en el arte una manera de sublevar su violencia latente. Mientras que sus dibujos e instalaciones se cotizan muy alto, su música sigue siendo mala, más mala que él.
Manson se volvió en un símbolo de la decadencia contemporánea. Las referencias a su “obra” pululan por todas partes, siendo Marilyn Manson el ejemplo más refinado de su influencia mediática. White Zombie, Throbbing Gristle, Foetus, Redd Kross, Skinny Puppy y Guns N´ Roses, entre muchos más se han servido de la poderosa imagen del mal encarnada en Manson. La mezcla de fascinación, morbo y genuino interés que las matanzas, la violencia, la degradación y la ruptura provocan en el ser humano encontraron en Manson un elemento perfecto para sublevarse, para convertirse en un rasgo significativo de la cultura popular. La nota roja, las noticias de acuchillamientos, matanzas, suicidios y demás atrocidades, jamás volvieron a ser lo mismo, Manson parece haberle dado a la sociedad el vaso con agua para poder pasar ese amargo trago. Manson nos enseñó a digerir la ultraviolencia.
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