March 16, 2008

La Mosca


En 2006 apareció el último número de Adicta, una efímera y desconocida revista de música que se editó durante 4 meses –de abril a julio- en Toukán, editorial dirigida por Jaime Flores y que es hogar también de un par de publicaciones en las que quien esto escribe colabora mensualmente (Gorila y Virus, una dirigida al público skate aunque no solamente, y la otra especializada en graffiti, street art y gráfica urbana). Por una absoluta falta de promoción Adicta no sobrevivió, y con su desaparición se fue el entusiasta intento por hacer una revista que se saltara muchos de los clichés y vicios de las demás revistas que hay en los puestos y locales cerrados. Seguramente ese es el objetivo de todas y no sé si se logró, pero el intento fue muy gratificante, y se publicaron textos firmados por gente interesada en la música por sí misma y no en el bluff de los publirrelacionistas que suelen pasar por periodistas rockeros y que abundan en el medio.

Para desarrollar la revista sostuve charlas informales con Carlos Ramírez, director de la revista, y a quien le sugerí colaboradores y proyectos de columnas para darle la vuelta a lo que se publicaba en las demás revistas. Revisamos otras publicaciones que, a la postre, habrían de ser nuestra competencia y siempre llegamos a la misma conclusión: La Mosca sigue siendo la mejor revista musical en el DF (del resto del país no podemos hablar, pues cada lugar tendrá sus ediciones locales con características propias y que no hacen más que subrayar el duro centralismo que hace que una revista local gane espacio nacional sólo por ser producida en la capital).

La Mosca tiene una virtud especial, que le hace falta a la mayoría de las otras revistas: sus colaboradores suelen ser periodistas y escritores, no diletantes o fans. A pesar de la pedantería con la que se hace énfasis en esto –PERIODISTAS, escribió alguien alguna vez en un número, así, todo en mayúsculas, como si la profesión fuera noble, desinteresada y grandiosa por decreto. Pero el punto es que gran parte de sus artículos están escritos por gente brillante y conocedora, con datos pero también con bagaje que sustenta lo que escribe.

Hugo García Michel ha demostrado ser un buen editor al arropar a autores con posturas y opiniones divergentes a lo que él piensa. Se trata de un hombre chapado a la antigua –por decirlo de una forma- que ha expresado su desprecio o franco odio hacia cosas que lo han rebasado en el frenesí de la vida moderna. La más absurda es el teléfono celular, pero igualmente se puede hablar de géneros musicales o bandas que se han alejado de su horizonte. Hugo es como el tío rocanrolero que guarda LPs de bandas sesenteras, que sabe mucho de música y que en términos generales es más alivianado que los demás adultos, pero con el que no necesariamente los más jóvenes se (nos) pueden (podemos) sentir identificados. El efecto José Agustín: el señor de edad que sigue usando expresiones como “buena onda” y que en un punto se confunde con el caló Cachún Cachún Ra Ra. No me refiero literalmente al lenguaje verbal de HGM (que sí posee el cada vez más infumable Agustín), sino a su casi militante gusto por el rock de hace muchas décadas, volviéndolo el punto de partida para elegir lo que vale la pena y lo que no.

A pesar de esto La Mosca ha abierto espacios que en otras publicaciones se cierran: cómics (en donde yo mismo he publicado textos en espacios generosos y sin censura de ninguna clase), metal, literatura, música electrónica, jazz, literatura chafa –las reseñas de Joyas de la literatura universal eran magníficas- y más. En el pasado eran más obvios los prejuicios de HGM y sus colaboradores, como en la reseña Terrodisco, el primer álbum de Titán y a la que solo le faltaba que Fernando Rivera Calderón, quien lo criticó en esos años, rematara con un “¡ay esta juventud y su música ruidosa!”. Pero la globalización y el tiempo han permitido que las opiniones de los críticos se flexibilicen. Ahora a todos nos gusta el country, ¿no?

Eso en cuanto a cuestiones, digamos, ideológicas. Hay otro aspecto que tiene que ver con el tono en que los colaboradores escriben sus notas. Hay sentido del humor, crítica tenaz y dureza, rasgos que en otros ámbitos se suele confundir con ser “contracultural”. En un país en el que la crítica es blanda y (auto)complaciente, subirle de grados a la acidez suele pasar por temple y carácter. Yo creo que La Mosca simplemente es heredera directa de otras publicaciones que la antecedieron y que, esas sí, le metían calor al texto en tiempos en que hacerlo era, por lo menos, poco común. Una de ellas es –piensen lo que quieran- La Pusmoderna, A Sangre Fría (word on the street: García Michel habría copiado el formato tipo tabloide de la publicación de Mauricio Bares; HGM ha comentado y desdeñado este rumor urbano). Moho no, porque Fadanelli está en un lado opuesto a la tradición rockera, y seguramente suele reírse de la pleitesía al rock y los rockeros, aunque en un ejercicio de apertura ha sido entrevistado para las páginas de la revista (e incluso ha habido gente salida de las huestes Moho en las páginas de La Mosca: Eduardo Salgado, Constanza Rojas, yo mismo... y no es poca cosa, hasta antes de la fama del Fadanelli pre-Nexos, ser Moho significaba ser un apestado). HGM logró hacer comercial lo que era underground. Y ha ganado muchísima credibilidad al hacerlo.

Parte de la personalidad crítica de La Mosca está centrada en su continua crítica devastadora hacia el rock hecho en México. García Michel y algunos de sus colaboradores –con José Xavier Nava ya como el caballito de batalla con su Instituto Mexicano del Rock- han escrito sendos artículos para documentar la decadencia y decidida chafez de lo que ya se conoce como Rockcito y Rockcititito Mexicano, a base de poner el dedo en la llaga sin cesar para dejar patente la estupidez cerril de los rockstars mexicanos. No me imagino el panorama sin una revista con un nivel crítico como el de La Mosca, pero al mismo tiempo esa crítica –a veces más bien un problema personal sobre el que se necea constantemente- simple y sencillamente da pereza. Aunque uno suele estar de acuerdo con las críticas, no se puede dejar de pensar que, más que criticar, se esta pontificando. Y entonces se vuelve innegable el gran poder que se posee al editar una revista, al estar en los medios: ese nivel que se le ha exigido por años al rock mexicano o al periodismo, no está presente ni en Los Pechos Privilegiados (la banda de blues de GM) ni en sus notas sabatinas en Milenio. Son solo ocurrencias. Pero bueno, La Mosca es la mejor revista de música del DF y sus especiales son oro puro. ¿Ya lo había dicho?
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