November 11, 2008

37 años de Miedo y Asco en Las Vegas

Cerca del noventa por ciento del tiempo me siento como un tonto obvio —pero el resto del tiempo sé que soy un santo & un héroe. HST



El 11 de noviembre se cumplen 37 años de que la pieza más fiera del periodismo gonzo vio la luz en la contracultural Rolling Stone. Salida de la mente lunática del Dr. (en periodismo gonzo) Hunter S. Thompson y de la pluma nerviosa de Ralp Steadman, es hora de rendir tributo.

El proyecto: exponer La Muerte del Sueño Americano. El resultado: una larga pesadilla literaria. Si no podía competir con Easy Rider era una vergüenza. Todos los días, desde su cabaña en Owl Creek, desde su centro de operaciones (la cocina, encima de “El cuarto de Johnny [Depp]”) golpeteaba su IBM Selectric para lograrlo.

Se le ha relacionado con la contracultura -la misma Rolling se hallaba enclavada en San Francisco- aunque a él no le gustaba la idea por miedo a ser considerado el vocero de lo que llamaba “the New Old”, la aburrida escena underground y las naïve comunas hippies.

GONZO

Gonzo es como Punk: difíciles de definir, ambos términos aluden a una actitud —predominantemente anárquica— más que a una metodología. HST no es el primer escritor en involucrarse con tanta profundidad al escribir una crónica periodística, pero sí el primero en irrumpir como un ladrón de casas que luego de embolsarse la tele, las joyas y el dinero, se caga en la estancia. Proclividad hacia la provocación y el disturbio, todo en nombre de la Ciencia Periodística.

La palabra fue acuñada por Bill Cordoso, editor en los años setenta de Boston Globe. “Un buen libro trata sobre gente, no sobre teorías”, decía HST y, por ejemplo, traer a la vida a Raoul Duke fue un proceso largo y doloroso, pues la perspectiva de convertirse él mismo en el protagonista de la historia no la tenía a la mano en primera instancia. Pero la idea lo atraía por novedosa, por poco explorada, por lo menos en el campo periodístico. “Duke es sólo semi-ficticio, pero suficientemente brumoso para dejarlo decir y hacer cosas que no funcionarían en primera persona”.

El nuevo periodismo de Wolfe no era lo mismo a lo que se refería Thompson. En una carta que empezaba de manera muy educada, con un Dear Tom, le advierte: “Tú, indocumentado con escorbuto! ¡Haré que tus fémures acaben como huesos astillados si alguna vez vuelves a mencionar mi nombre en conexión con esa horrible estafa del ‘nuevo periodismo’ que andas promoviendo!” Un antecedente que sí reconocía era En el camino, de Kerouac que, decía, de haber sido presentado como periodístico habría sido ignorado por la crítica literaria.

Un premio imaginario para el mejor ejemplo de periodismo gonzo puro estaría dotado de un galón de éter crudo. No podemos transcribir aquí su receta completa para leer periodismo gonzo, pero un punto importante dice que “—igual que el sonido cuadrafónico tetradimensional— existe en muchos niveles: no es tan ‘escrito’ como representado, y debido a esto, el resultado debe experimentarse. En lugar de simplemente ‘leerse’”.

REVERSA DESNUDA

El libro es el acto colaborativo más perfecto entre Hunter y Steadman, y sólo una revista del calibre de Rolling Stone podría haber publicado una atrocidad como ésta.

Para Steadman, el viaje que hicieron meses antes para cubrir la Copa América fue el detonador del estilo que vemos en Vegas: allí, llevado de la mano por Thompson (y una dosis de LSD), conoció de frente la depravación de Estados Unidos. La mitad del libro, para HST, nació del famoso reportaje que Sports Illustrated le había comisionado para escribir pies de foto de la carrera de motos Mint 400 en Las Vegas, y que él llevó al tamaño de una novela 90% más extensa que el plan original.

El viaje bajo la influencia que protagonizan el Dr. Raoul Duke (Thompson) y su abogado samoano de 300 libras (el chicano Oscar Zeta Acosta) fue escrito de un tirón a mano y en seis días, por lo menos la primera mitad, con la idea de ser impreso tal cual, como periodismo instantáneo. HST cambió de opinión en varias ocasiones sobre la extensión y hasta el título de la obra (The Vegas Diaries of Raoul Duke fue uno tentativo). Su publicación se vio retrasada en parte por la furiosa negativa de Acosta, con amenaza de demanda, a que su fotografía apareciera en el libro, pues su reputación se vería afectada, y con el reproche por sentirse como un nativo que HST descubrió en el bosque para presentarlo a la civilización.

El libro —y también la versión fílmica de Terry Gilliam— es un viaje enloquecido a través de los estados alterados de conciencia. Sorprende una confesión de Thompson: el libro “fue un intento consciente de simular un viaje de drogas”. Durante su escritura Thompson no consumió estupefaciente alguno. Luego se embarcó en un viaje por carretera aderezado con mescalina y acompañado por un periodista de The Village Voice para verificar que lo que había escrito en verdad se asemejaba a un viaje auténtico. Gonzo puro. Ese “Viaje Salvaje al Corazón del Sueño Americano” representó el epitafio sobre la tumba de los años sesenta. “Nos dirijimos a un tiempo mucho más salvaje”, adelantaba Thompson.

Miedo y asco se convirtió también en el ancla estilística de Thompson. Luego del éxito obtenido con ese libro ya casi todo lo que escribía aparecía bajo el nombre de Miedo y asco en cualquier parte y no todas las asignaciones las cubría a cabalidad: en los años noventa pasó por un duro periodo en el que abusaba de cocaína y anfetas, y del cual Steadman recuerda: “Su conversación suena como William Burroughs leyendo Finnegans Wake”.

Thompson había sido un guerrero, y los guerreros quedan heridos, cansados y decepcionados. Thompson hizo del periodismo su campo de batalla, luchando por conseguir que se le pagara un poco más por ponerse la armadura (o desmadrar un Cadillac, pues no se puede buscar el Sueño Americano en un Volkswagen) o porque los editores no le cambien una sola coma a sus textos, o por desechar la mayor parte del trabajo realizado con tal de dar siempre el mejor disparo.

STEADMAN

La relación de ambos fue intensamente fructífera y conflictiva a la vez. Comenzó por accidente —Thompson había pensado en Pat Oliphant como primera opción para ilustrar su trabajo— y terminó en un agrio amor-odio. Aun así lograron desarrollar una carrera simbiótica. Ralph se sentía más bien una infección en la vida de Thompson, cuya prosa explosiva ganó volumen con los trazos violentos y derramados de tinta de Steadman. Thompson, en realidad, adoraba los dibujos “despiadados” de Steadman, como de un George Grosz puesto al día y que entendía el concepto de periodismo gonzo. Tan fue así que abogó por su inclusión pues Jann Weenner, de la Rolling, lo consideraba un Steinberg barato.

Steadman hizo el peor trato con esa editorial, pues cobró muy poco, vendió sus originales a la Rolling en 60 dólares y los dibujos quedaron registrados como de autoría de la revista. Además, Thompson le robaba dibujos y recibía muy poco de regalías.



Publicado en Milenio Diario el 9 de noviembre de 2008.

September 11, 2008

La Literatura Gráfica Post-9/11

Luego de la mañana del 11 de septiembre de 2001, el panorama cambió subrepticiamente no solo en la política exterior de los Estados Unidos. Y no solo en los medios tradicionales, como la televisión. La ola expansiva del derribo de las Torres Gemelas alcanzó rincones aparentemente insospechados como los cómics. De hecho, el efecto fue inmediato. Se sabe de cómics en beneficio de las víctimas y las asociaciones médicas y humanitarias que fueron mandados a imprenta ¡cinco días después de ocurrida la tragedia! Hablemos de oportunismo y oportunidad.


¡El desastre es mi musa!

Art Spiegelman

Los títulos que afloraron son heterogéneos y son una muestra de la amplitud del mercado norteamericano. Editoriales del mainstream y casas pequeñas por igual lanzaron ediciones especiales. Los métodos de edición variaron. En el caso de 9-11, uno de las recopilaciones más conocidas, el primer tomo fue coeditado por Chaos!, Image y Dark Horse, mientras que el 2º por DC, en conjunción con sus filiales, como Vertigo, WildStorm y la revista MAD. The Comics Journal reportó en 2002 que la derrama económica derivada de 9-11 fue de $230,000 USD. Marvel, por su parte, donó un cheque de 1 millón de dólares a la Twin Towers Fund, dinero proveniente de sus dos ediciones especiales: Heroes y A Moment of Silence. También comenta la diferencia entre las ediciones de estas editoriales grandes y las independientes: en la presentación de las primeras hubo cobertura televisiva y radiofónica, en la de las pequeñas, no[i]. Y es que la tragedia norteamericana ha sido un pretexto perfecto para la especulación, el morbo y la voracidad. Un ejemplo es el nivel de culto al que se elevó el trailer de la primer película de Spider-Man en la que aparecían las Torres Gemelas y que hubo de ser reemplazado por uno más apegado a la realidad (la realidad: las Torres ya no están ahí).

Esa realidad es la que le da nombre al segundo libro sobre una guerra que publica Art Spiegelman: In the Shadow of No Towers. El primero, Maus, le llevó trece años en completarlo. Por esa razón, explica que nunca le interesó volverse caricaturista político, pues presume parcamente ser “un artista que se encuentra Dos Segundos Adelantado a Su Tiempo” y se declara incapacitado para hacer un comentario inmediato a lo que está pasando[ii]. Su timing para interpretar la realidad le lleva muchas más horas que, al parecer, a todos los artistas que se lanzaron a dibujar algo al respecto apenas habían caído las Torres. Me recuerda a “Action Painting II”, el óleo de Mark Tansey en donde un grupo de pintores retrata el despegue de un cohete espacial en el momento mismo del despegue –y lo terminan. Tal parece que los dibujantes trabajaban mientras las desesperadas víctimas preferían dejarse caer de cabeza antes que morir en el derrumbe, o mientras la densa nube de humo correteaba transeúntes en la calle. ¿Capacidad de reacción u olfato para los negocios?



La calamidad sacó a flote uno de los cuestionamientos más antiguos en contra de los cómics de superhéroes: si Superman, Spider-Man o quien se les ocurra han combatido misteriosas fuerzas cósmicas, monstruos descomunales, amenazas a la Democracia y la estabilidad de la Tierra (recordemos que el Capitán América derrotó a Hitler en una imaginaria aventura aparecida en el número 1 del héroe), es decir, si han podido con eso, ¿por qué no pudieron prever esto, que no fue poca cosa[iii]? Si Spidey posee un sentido arácnido que le alerta del peligro inminente, ¿por qué no le avisó de los aviones que se estrellarían en dos de los edificios más emblemáticos de la ciudad en la que vive? (Recordemos también que Peter Parker no habita en una ciudad imaginaria como la Gotham de Batman o la Metropolis de Superman) Para Robert Wilonsky, la frase “¡Miren en el cielo! ¡Es un ave! ¡Es un avión!” suena diferente[iv]. La verdad es que diferente suena a eufemismo. Suena ridículo. Si el avión se estrella en Norteamérica suena terrible, pero si es en otro país, se puede hacer un gag en Saturday Night Live y David Letterman y Jay Leno harán mofa de la villa en la que cayó, cosa que no pasó en sus programas posteriormente al acontecimiento.

El punto central es que la Democracia y el American Way of Life fueron cuestionados severamente con el atentado. Sucede que los editores de cómics de superhéroes se dieron cuenta de que estaban poniendo demasiada atención en aventuras supranormales, fuera de la realidad, y se estaban olvidando de los seres humanos. Un acontecimiento de tal magnitud suele despertar sentimientos que parecían enterrados o intensificar dramáticamente los ya existentes. El patriotismo es el más evidente. Los cómics, cartones políticos, posters, tarjetas coleccionables e incluso, en otro espectro artístico, la música, producidos inmediatamente después del 9-11 estaban henchidos de rabia, orgullo, patrioterismo, sed de venganza, melancolía, desolación y/o tristeza. Los viejos símbolos se re-erigen: la Estatua de la Libertad, El Tío Sam, el Águila Calva las mismas Torres refuerzan su valor icónico. Sirven igualmente para arrancar lágrimas que para desacralizar. Todo depende. Incluso, se rumoró que grupos de patrióticas mujeres corrieron a la zona de desastre para asistir a los voluntarios que levantaban escombros –y a los que en Marvel y DC dibujan musculosos, anatómicamente correctos y atractivos- en terapia de sexo gratuito. Una Joy Division de ésta, la guerra de nuestra generación.

La caricatura política editorial también recibió la radiación que emanaba del Ground Zero. Dos catedráticas estadounidenses encuentran similitudes entre el cartón político posterior al asesinato de Kennedy y el atentado a las Torres Gemelas en este renacimiento de valores tradicionales del país del norte[v]. Ese renacimiento, por lo menos en el lado Republicano de las cosas, ha provocado que la situación se asemeje a los tiempos Reaganianos.



Hay dos artistas gráficos por lo menos que han fungido como reporteros y que, con una mirada y una postura que solo da la experiencia directa, han desmenuzado la situación pre y post 9-11. Uno es Ted Rall, quien desde años antes de que sucedieran los hechos realizó viajes a Afganistán, recabando datos y observaciones que muchos editorialistas no poseen. “Cuando la atención se volcó sobre Afganistán, yo, definitivamente, tenía una ventaja”, concede[vi]. Ha convivido con gente de Turkmenistán, invitado en septiembre del año 2000 al desierto de Asia Central por el Embajador de E.U. para hablar del cartón político estadounidense y ha dibujado y escrito feroces piezas sobre su gobierno y su política invasora y algunas medidas que ha tildado de estúpidas.



Joe Sacco es el otro dibujante del que hablo. Recientemente, Verso ha reeditado un cómic-reportaje suyo que Harper’s publicó en 2007 sobre el entrenamiento de iraquíes disidentes en campos de adiestramiento en que Marines los enseñan a defender soldados norteamericanos. “Tenemos que hacer trizas a los reclutas para fortalecerlos”, exclama el Sargento Weaver mientras un atribulado Sacco toma las notas que darán forma a sus crónicas[vii]. Lo que atestigua lo lleva a las mismas conclusiones que las de Rall –por otro lado, nada difíciles de dilucidar-: los mandos militares actúan igual que el país al que sirven: son bullys, abusadores que aprovechan sus superioridad física, una que ni sus aliados ni sus enemigos poseen y que les permite seguir siendo una potencia (La Potencia).


Ted Rall y Gary Groth, editor de Fantagraphics Books sostuvieron una interesante disertación sobre este hecho. La conclusión es que los norteamericanos han vivido muy bien bajo el Modo de Vida Americano (que es a su vez el American Dream de los inmigrantes que han construido la nación) y saben que se ha llegado a este punto luego de las incursiones militares de sus gobiernos, las presiones económicas que imponen a las demás naciones, el colonialismo sistémico de la Casa Blanca, las reglas económicas puestas desde ese país. Rall pone como ejemplo los países antes pertenecientes a la URSS, que ha visitado, para expresar lo indeseable que sería para los ciudadanos de E.U. dejar de vivir en sus condiciones actuales. Lo que vio ahí es algo que le atemorizaría vivir en su propia nación: la decadencia de un imperio. “Estoy muy conflictuado por esto. En serio, moralmente, sé que la política exterior Americana es inmensamente inmoral y está equivocada”. Se trata de un periodista gráfico que disiente, al que ni siquiera se le puede considerar liberal en un sentido convencional. Ni el más liberal aceptaría vivir otro tipo de realidad, ni siquiera los hippies. Tomando esto en cuenta: ¿Cambiará algo que un negro gobierne a la SuperPotencia del Planeta Tierra? Yo mejor me voy a hojear cómics.



[i] DEAN, Michael, (2002), “9/11, Benefit Comics and the Dog-Eat-Dog World of Good Samaritanism”, The Comics Journal 247, pp: 9-17.

[ii] SPIEGELMAN, Art, (2004), “The sky is falling!”, en In the Shadow of No Towers; Nueva York: Pantheon.

[iii] En realidad, hay una explicación: el Capi América “derrotó” a Hitler cuando el Führer era ya una realidad, no antes. Tampoco lo lograron anticipar.

[iv] Citado en W WRIGHT, Bradford, (2001), “Spider-Man at Ground Zero”, en Comic Book Nation; Baltimore: John Hopkins, pp: 287-292.

[v] R. HOFFMAN, Donna y D. Howard, Alison (2007), “Representations of 9-11 in Editorial Cartoons”, Political Science & Politics Volumen XL, Número 2, pp: 271-274.

[vi] RALL, Ted, (2002) “The Ted Rall Interview”, entrevista de Gary Groth, The Comics Journal 247, pp: 77-99.

[vii] SACCO, Joe, (2007), “Down! Up!”, en War With No End; Nueva York: Verso, pp 83-98.



Publicado en El Ángel, suplemento del diario Reforma el 7 de agosto de 2008


August 13, 2008

Mort Drucker

LOCO POR MORT

Quien haya leído la revista MAD en los años 70, 80 y principios de los 90, recordará un puñado de artistas emblemáticos: Sergio Aragonés, Al Jaffee y Don Martin encabezan la lista en la que siguen otros de los más entrañables dibujantes de parodias televisivas y cinematográficas: Angelo Torres, Sam Viviano, Jack Davis y Mort Drucker. En esta ocasión rendimos tributo a este último, magnífico fisonomista y estrella por antonomasia de la burla abierta de las estrellas Hollywoodenses.

En MAD about the movies (MAD Books, 1998), un tomo recopilatorio de las películas de la Warner Brothers parodiadas en la revista MAD a lo largo de su historia, se pueden contar 24 cintas dibujadas por Drucker (1929). Junto a Angelo Torres se trata de uno de los caricaturistas más prolíficos de la publicación. No es poca cosa. En este mismo libro el nombre de Torres solamente se cuenta 12 veces. Significa que al público le gusta su trabajo, que sus editores han confiado plenamente en su capacidad. Para Al Feldstein, editor de la revista hasta 1984, Drucker es “el más grande caricaturista de Estados Unidos”. El editor cuenta que en los inicios de la revista, cuando se encontraba reclutando artistas, Mort llegó con su portafolios bajo el brazo. Al buscaba a un artista que supiera caricaturizar para ilustrar un artículo. Drucker nunca en su vida había hecho caricaturas de personas y, a pesar de ello logró hacerlo, y muy bien, volviéndose como ya comentamos, uno de los artistas de MAD con mayor número de comisiones de este tipo. Otra versión cuenta que Bill Gaines, dueño de EC, condicionó su contratación a que los Brooklyn Dodgers ganaran la Serie Mundial de ese año, 1956, cosa que sucedió.

Antes de retratar celebridades, la experiencia de Mort se encontraba en revistas humorísticas, de chistes gráficos, cómics y tiras cómicas de corte humorístico tales como Adventures of Bob Hope, World’s Finest Comics y Adventures of Jerry Lewis. Esa escuela se nota en el trabajo que le conocemos, pues es una combinación de cartoon y caricature, con un dominio del lenguaje de los cómics. Uno puede ver la evolución en su estilo –y claro, la evolución de la revista- en los libros que recopilan las parodias de MAD. Por ejemplo, Drucker fue el artista al que le tocó dibujar el Batman de la serie sesentera (con Burt Ward y Adam West), y años después, la versión cinematográfica de Tim Burton. La primer parodia se llamaba “Bats-man” y apareció en el número 105 de la revista y la segunda “Battyman”, que salió en el 289. Es decir, que ha sido testigo de los momentos, productos, acontecimientos y personajes más relevantes de la cultura popular desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, en todas sus variaciones y re-versiones. Por los pinceles y plumillas de Mort Drucker han pasado estrellas como, películas como El Exorcista (“The Ecchorcist”), Superman (“Superduperman”) y Los Gremlins (“The Grimlins”), series como Seinfeld (“Swinefilled”), Hospital General (“DeGenerate Hospital”) o Friends (“Fiends”). Para la trivia: el personaje de Voldemort, en la parodia de Harry Potter se llama Druckermort.

La revista, con los años, fue ganando adeptos y simpatías. Muchos lectores esperaban a ver la crítica de MAD antes de ir a ver una película. Pero al principio la cosa no era tan sencilla. Feldstein así lo cuenta en el caso particular de Mort Drucker. Primero, Feldstein y un escritor iban a ver la película que se iba a parodiar. En cuanto a cómo le hacía Drucker para retratar a los actores, aquí está la historia: “Al principio, teníamos que esperar hasta la inauguración, porque MAD estaba vetada en todos lados en los 50. Así que si intentaba conseguir un paquete de prensa que incluyera los fotogramas de la película como referencia para Mort, para que él pudiera sacar los personajes y cosas como esa, me colgaban. ‘Oh, ¿la revista MAD? ¡Olvídelo!’”. La cosa cambió con el pasar de los años, pues los lectores de la revista crecieron y, cuando ocuparon puestos en compañías productoras o de publicidad, ellos mismos le enviaban invitaciones para las premieres al equipo de MAD. Fuera de las fotos de artistas, Mort solo usa referencias para objetos muy específicos, como tanques de guerra. Lo demás, brota de su memoria.

Además de su talento para dibujar los rostros de sus víctimas, está su capacidad para dibujar fondos intrincados llenos de detalles, personajes, letreros y elementos graciosos, a veces en espacios muy reducidos. Se han analizado paneles de su trabajo, los cuales llegan a contener hasta 7 capas de elementos. También posee gran técnica para la composición de páginas, la perspectiva múltiple de sus escenas, el uso de espacios negativos, su ashurado distintivo (en tinta y lápiz) y correcta anatomía(su dibujo de manos es especialmente apreciado). Además, es autodidacta. El método de trabajo en MAD –los dibujos se hacían directamente sobre el papel, sin sketches previos- necesariamente volvía a sus creadores en artistas muy disciplinados.

Owen Fitzgerald, artista animador que trabajó en Blancanieves, fue su mayor influencia. Fitzgerald fue el editor del cómic de Bob Hope y Drucker unas veces dibujaba algunas páginas y otras números enteros. El estilo de Mort deriva del de su mentor. Por otro lado, su técnica de coloreado –básicamente acuarelas con lápices de colores- no es muy reconocida, quizá por esa razón existan pocas portadas hechas por él. Destaca una hecha entre él y Norman Mingo para el No. 122 de la revista, en el 68. Su siguiente portada no sale hasta un año después.

Además de su trabajo en MAD, Mort ha realizado otros trabajos reconocidos en diferentes ámbitos: trabajó en el campo de la animación, ilustró libros para niños, es coautor de Benchley, una tira publicada del 84 al 86 con Jerry Dumas, dibujó el poster de American Graffiti de George Lucas e hizo arte para un álbum de Anthrax. TV Guide y Time son revistas para las que dibujó portadas y los originales de estas últimas son parte del acervo del Instituto Smithsoniano de Washington, D.C. Mort fue ilustrador publicitario en los años 40 y 50, y confiesa que ese es el trabajo que más disfruta. En los posters diseñados por él se nota la evolución en el arte de los carteles –antes se usaba más a artistas tradicionales- pero también la influencia de MAD en el cine, pues otros dibujantes de la revista como Jack Davis han realizado el arte de diversos posters de películas.



Publicado en Milenio Diario, 4 de agosto de 2008

May 19, 2008

NORMAN MAILER: UN FUERA DE LA LEY PSÍQUICO


Norman Kingsley Mailer charla con un reportero; juntos beben té helado en el restaurante llamado Dragonfly. De pronto, Sookie, la mesera, notablemente molesta, los interrumpe con un desvergonzado: “¡Chicos, disculpen, paren su fiesta!”. Les anuncia que el almuerzo ha sido cancelado, “¿Estás feliz, Norman Mailer? ¡Cancelaron el almuerzo!”, y, burlonamente, les advierte que ello significa que no habrá más té helado, rebanadas de limón y, sobre todo, “¡no más sentarse en el café sin ordenar nada porque eres Norman Mailer y puedes hacerlo!” (el enojo de Sookie se debe a que el Dragonfly debe eliminar los almuerzos mientras sigan sin ser rentables). Luego, hojeando un ejemplar de algún libro de Mailer que hay sobre la mesa -¿Los tipos duros no bailan?, ¿Oswald?, ¿Los desnudos y los muertos?- extiende su mofa a su literatura –usa “grandes palabras”, le recrimina- hasta que Lorelai –la protagonista- se la lleva a la parte trasera del restaurante, donde Sookie reconoce que no es culpa de Mailer que las ventas estén tan bajas. Lo que sucede es que Sookie, además, ¡está embarazada!

La escena arriba descrita pertenece al capítulo 6 de la temporada 5 de la serie Gilmore Girls, llamado “Norman Mailer, I’m pregnant!” (eventualmente, Sookie regresa a la mesa de Mailer a darle el anuncio al escritor quien, aún sorprendido, la felicita). En E! Entertainment Television –qué otro lugar para legitimar los acontecimientos de la cultura popular- consideran a la serie uno de los mejores “placeres culpables”. Alguien comentaba: “en la serie ha aparecido Norman Mailer”. Bueno, en E! saben quién es el escritor de Nueva Jersey, aunque quizá ignoren que alguna vez acuchilló por la espalda a su esposa Adele Morales.

Mailer es un escritor –empresario literario, se llamaba a sí mismo- de nuestros tiempos, un reportero que observa los entretejes de la sociedad sobre la que escribe, incluido el entretenimiento (es autor de The faith of graffiti, uno de los documentos más serios sobre el graffiti en NY). “El tedio y el aburrimiento asesinan más existencias que la guerra”, decía. Abrió relatando su experiencia en la guerra y para el final aceptó hacer unos cuantos disparos en la guerra contra el tedio, desde la trinchera de una teleserie. A fin de cuentas, los acontecimientos diarios son de un absurdo tenaz. Sobre su escritura se ha comentado el hecho de que las orillas entre los géneros que manejaba eran borrosos, y de la misma manera se puede hablar de los acontecimientos vistos desde su postura de reportero/hombre de letras siempre alerta a los que sucede en el contexto sociopolítico del mundo que le rodea, aunque, eso sí, negándose a pensar en un la figura del escritor en términos políticos: “es lo mismo que pensar en alguien y empezar por el ano”. En Miami y el sitio de Chicago se puede comprobar esto. En dicha crónica, el, identificado como el cronista, analiza la figura de los precandidatos republicanos y sus seguidores desde el punto de vista de un televidente o, por lo menos, del asistente a un circo. De otra manera la absurda llegada de un elefante llamado Ana a la gala o la llegada de Nixon rodeado de las nixonettes y las nixonaires terminaría en una narración aburridísima, igual que la celebración misma, reportada por la prensa de esos años como insípida. Su descripción de Rockefeller en un momento se concentra en algo más que sus ideales políticos, particularmente en su voz a la Humphrey Bogart o Clark Gable. Él conocía el valor del espectáculo. Decía: “La única cosa que siempre nos promete la televisión es que, en el fondo, lo que vemos en ella no es real”.

Mailer es un moralista, en el mejor sentido, como lo fue Dostoievski. Le tocó vivir los años álgidos de la contracultura norteamericana –el verano del amor- pero a una edad mayor: en 1967 contaba ya con 44 años y opinaba que los Rolling Stones eran unos fingidos, cuya audiencia era “una manada de muchachos de clase trabajadora muy ensordecidos, desorbitados y sexuados”. El contacto con la contracultura le permitió darse cuenta de los caminos equivocados que los jóvenes estaban tomando. Enumeraba lo que puede arruinar a un buen escritor. Apatía y cobardía figuraban entre los factores perniciosos, pero también carencia de un mínimo de fama, frustraciones, los excesos de halagos y, también, de droga, licor y sexo. “Me pareció que estábamos hipotecando el futuro con la marihuana” y la dejó, declaró recientemente a Rolling Stone. La masturbación le parecía una actividad miserable pero por el contrario, una orgía le parecía una de las expresiones sexuales más altamente civilizadas que podía haber.

UN DRAMA DE SANGRE

Ya con la salud deteriorada, alcanzó a publicar una última obra, que ya ha levantado ámpulas: The castle in the forest (en español, El castillo en el bosque, Anagrama 2007). En ella, la premisa es la juventud de Hitler, uno por el que en un momento determinado siente cierta empatía (Mailer salió a defender al vilipendiado Günter Grass luego de que diera a conocer su participación en la Waffen-SS cuando tenía 17 años, declarando que él mismo habría a parar a las juventudes nazis de haber estado en el lugar del escritor polaco); el mismo individuo que atrajo a las masas porque, según sus palabras, era capaz de darle al pueblo alemán lo que éste exigía a gritos, entre otras cosas, hacer picadillo a la gente. “Por cierto, al final no (la) hacía picadillo (...) le tiraba gas”, remataba con un oscuro sentido del humor.

En la novela, un personaje llamado Dieter –o “D.T.”, como sería de una manera americanizada-, quien al parecer pertenece a la Sección Especial IV-2ª de la SS aunque, para ser más precisos, labora para el mejor servicio de inteligencia del mundo: las huestes del Diablo, decide narrar lo que sabe y lo que vio sobre la infancia y la adolescencia temprana del futuro Führer. Este narrador recrea lo que él llama una ironía –y no una falsa leyenda, aclara- de Hitler. Una que satisface a Himmler.

Debido a la sospecha de Heinrich “Heini” Himmler de un posible origen judío de Hitler, este agente especial es comisionado para realizar la investigación pertinente y, con conectes como los que posee, logra enterarse de que las especulaciones de Himmler no solo son infundadas, sino que el verdadero origen del carismático Adi –como lo llama Mailer en su obra- es algo menos terrible: solo es resultado de un doble incesto. Mejor ser hijo del incesto que judío. (Consideremos esto: en la escala de valores de los personajes, el bestialismo es menos grave que el adulterio, y solo merece 500 padrenuestros y 500 avemarías, y “¡no se hace el amor con un caballo grande por tan poco!”. Y el incesto lo es aún menos que el adulterio. Entonces, ¿qué son los judíos?) Resulta que Johann y Maria Anna, sus abuelos, son tío y sobrina carnales, como lo son Klara y Alois, sus padres.

COMO LA VIRGEN MARÍA

Johann Nepomuk Hiedler –apellido que luego se convierte en Hitler- ha preñado a Maria Anna Schicklgruber en un “acoplamiento apocalíptico”, con tan solo recostarse en un pajar, a la manera de la virgen María, es decir, de manera inverosímil pero con alguien dispuesto a creer tal disparate, en este caso, Himmler. El bastardo es Alois a quien hacen pasar como hijo de Georg, hermano de Johann, pues éste es un hombre decente.

El laberinto sanguíneo se puede seguir en las páginas del libro. Uno puede dibujar sus árboles genealógicos en papel o en la mente. Lo que resulta increíblemente interesante son las palabras del buen Himmler, feliz con tan desproporcionada historia: “Los genes agrarios [las itálicas son mías] de nuestro Führer, fortificados a lo largo de generaciones, han encontrado una metamorfosis triunfal en sus virtudes trascendentes”. Bueno, en esto tiene razón: la única mutación que ha sufrido Adi debido a las mezclas intrafamiliares es nacer con un solo testículo.

El narrador de El castillo... pregunta: “¿hay algún alemán que no intente comprender [a Hitler]?”. Sin embargo, Mailer sabía que explorar la vida de un personaje de tal magnitud podría representar una afrenta para un pueblo avergonzado. “[En Alemania] se prefiere barrer el pasado de Hitler bajo la alfombra [...] como una familia con un asesino entre sus miembros, sobre el que no se habla”, declaró en los días del lanzamiento de su libro. Para Mailer resultó más fructífero identificarse e incluso sentir compasión por su personaje que seguir el lugar común: tacharlo de cobarde. Del mismo tono era su opinión sobre, por ejemplo, Charles Manson. Y son ideas como esas las que le ganaron la etiqueta de autor explosivo, incluso contracultural. Cuando se supo la noticia de su muerte, el New York Times la anunció de la siguiente manera: “Norman Mailer, el combativo, controversial y a veces demasiado franco novelista, quien tuvo una presencia provocadora en las letras estadounidenses por más tiempo que ningún otro escritor de su generación, murió ayer [noviembre 10 de 2007] a los 84 años en Manhattan”. A veces demasiado franco. Una de sus ideas que sorprendieron al público proviene de una declaración que dio a Dick Cavett en su talk show. Pero nadie quedó más perpleja que su ex esposa Adele, pues el tema de la conversación era el asesinato. “Tampoco hubo entonces ninguna expresión de arrepentimiento, ni siquiera un atisbo, sólo su gélida prescindencia y, como siempre, su preocupación absoluta por sí mismo”, escribe la mujer en La última fiesta. Escenas de mi vida con Norman Mailer (Circe, 2000). ¿Pero qué dijo Mailer que estremeció tanto a Adele? Que él había experimentado el deseo de matar. Ni siquiera se refería al incidente sucedido con su esposa, hablaba en general.

El escritor era demasiado franco en muchos temas, pero una de las enemistades más conocidas fue la que se ganó con las feministas. Ellas, al lanzarse como candidato para la alcaldía de NY, lo llamaban “el cerdo más grande y reaccionario” (por su parte Adele Morales tenía sueños en los que lo mutilaba y le hacía vudú: “éste, cariño, es por lo que me hiciste a mí; éste, por las niñas: y éste, por mi jodida alma”, exclamaba la mujer en sus sueños. Cada quien su guerra). A las feministas las desnudaba (figurativamente) con sus opiniones. Las consideraba acomodaticias y sin agallas.

EL MAL

El castillo en el bosque sirve también para apreciar la gran capacidad analítica del escritor, la manera en que desmenuzaba la situación política de su país. Cuando Paul Krassner lo entrevistó hace ya más de 40 años su profecía rezaba que si la enfermedad en Estados Unidos seguía su avance, en algún momento la nación tendría su propio Hitler. En uno de sus últimos libros, ¿Por qué estamos en guerra? (Anagrama, 2003) –que, a diferencia de Why are we in Vietnam? (Picador, 2000), una obra de ficción publicada en 1967, es un compilado de conversaciones más una conferencia dictada en el Club de la Commonwealth en San Francisco ese mismo año- redondeaba esa vieja idea de la siguiente manera: en efecto, los EEUU, en tiempos del 9-11, se encontraba ya en un estado muy parecido al de la Alemania nazi, y “el 11 de septiembre hizo algo equivalente con la sensación de seguridad de los estadounidenses”.

El libro explora dos conceptos que han sido constantes en su obra: el bien y el mal. En 1963 aún se encontraba indagando al respecto: “Tengo la obsesión de averiguar cómo existe Dios. Si es un Dios esencial o un Dios existencial; si es Todopoderoso o si Él también es una criatura existencial combatida, que puede tener éxito o fracasar con su visión. Pienso que este tema se hará más perceptible mientras más novelas escriba”. Eventualmente, parece haber encontrado algo, y terminó reconociendo su creencia en Dios y su antítesis, el Diablo (el Maestro, en su último libro). “Me gusta creer en el Diablo, porque así me puedo explicar la existencia del Mal”, declaró un Mailer al que la muerte acechaba.

Por eso es que, según lo que vio en 1968 en la Convención Nacional Republicana fue que para los elefantes conservadores, aquella “gente de buen corazón pero que nunca había experimentado emociones muy fuertes”, mirar a los Estados Unidos en ruinas significaría que Dios había dejado de existir, un sentimiento que bien puede haber sentido el norteamericano promedio, fuera Republicano o Demócrata. Para él el Bien y el Mal, Dios y el Diablo se encuentran al mismo nivel, siendo capaces de trabajar juntos, de llegar a acuerdos. Mailer relata lo sucedido la mañana en que las Torres Gemelas cayeron: mientras su hija observaba el horror desde la ventana del apartamento de él en Brooklyn Heights, él lo miraba desde su hogar en Provincetown a través de las transmisiones en real time de CNN. Un Mailer afectado exclamó: “Dioses y demonios invadían Estados Unidos procedentes de la pantalla del televisor”.

Publicado en Metaplítica No. 58 (marzo-abril 2008), bajo el título "Norman Mailer: un moralista demasiado franco".

March 16, 2008

La Mosca


En 2006 apareció el último número de Adicta, una efímera y desconocida revista de música que se editó durante 4 meses –de abril a julio- en Toukán, editorial dirigida por Jaime Flores y que es hogar también de un par de publicaciones en las que quien esto escribe colabora mensualmente (Gorila y Virus, una dirigida al público skate aunque no solamente, y la otra especializada en graffiti, street art y gráfica urbana). Por una absoluta falta de promoción Adicta no sobrevivió, y con su desaparición se fue el entusiasta intento por hacer una revista que se saltara muchos de los clichés y vicios de las demás revistas que hay en los puestos y locales cerrados. Seguramente ese es el objetivo de todas y no sé si se logró, pero el intento fue muy gratificante, y se publicaron textos firmados por gente interesada en la música por sí misma y no en el bluff de los publirrelacionistas que suelen pasar por periodistas rockeros y que abundan en el medio.

Para desarrollar la revista sostuve charlas informales con Carlos Ramírez, director de la revista, y a quien le sugerí colaboradores y proyectos de columnas para darle la vuelta a lo que se publicaba en las demás revistas. Revisamos otras publicaciones que, a la postre, habrían de ser nuestra competencia y siempre llegamos a la misma conclusión: La Mosca sigue siendo la mejor revista musical en el DF (del resto del país no podemos hablar, pues cada lugar tendrá sus ediciones locales con características propias y que no hacen más que subrayar el duro centralismo que hace que una revista local gane espacio nacional sólo por ser producida en la capital).

La Mosca tiene una virtud especial, que le hace falta a la mayoría de las otras revistas: sus colaboradores suelen ser periodistas y escritores, no diletantes o fans. A pesar de la pedantería con la que se hace énfasis en esto –PERIODISTAS, escribió alguien alguna vez en un número, así, todo en mayúsculas, como si la profesión fuera noble, desinteresada y grandiosa por decreto. Pero el punto es que gran parte de sus artículos están escritos por gente brillante y conocedora, con datos pero también con bagaje que sustenta lo que escribe.

Hugo García Michel ha demostrado ser un buen editor al arropar a autores con posturas y opiniones divergentes a lo que él piensa. Se trata de un hombre chapado a la antigua –por decirlo de una forma- que ha expresado su desprecio o franco odio hacia cosas que lo han rebasado en el frenesí de la vida moderna. La más absurda es el teléfono celular, pero igualmente se puede hablar de géneros musicales o bandas que se han alejado de su horizonte. Hugo es como el tío rocanrolero que guarda LPs de bandas sesenteras, que sabe mucho de música y que en términos generales es más alivianado que los demás adultos, pero con el que no necesariamente los más jóvenes se (nos) pueden (podemos) sentir identificados. El efecto José Agustín: el señor de edad que sigue usando expresiones como “buena onda” y que en un punto se confunde con el caló Cachún Cachún Ra Ra. No me refiero literalmente al lenguaje verbal de HGM (que sí posee el cada vez más infumable Agustín), sino a su casi militante gusto por el rock de hace muchas décadas, volviéndolo el punto de partida para elegir lo que vale la pena y lo que no.

A pesar de esto La Mosca ha abierto espacios que en otras publicaciones se cierran: cómics (en donde yo mismo he publicado textos en espacios generosos y sin censura de ninguna clase), metal, literatura, música electrónica, jazz, literatura chafa –las reseñas de Joyas de la literatura universal eran magníficas- y más. En el pasado eran más obvios los prejuicios de HGM y sus colaboradores, como en la reseña Terrodisco, el primer álbum de Titán y a la que solo le faltaba que Fernando Rivera Calderón, quien lo criticó en esos años, rematara con un “¡ay esta juventud y su música ruidosa!”. Pero la globalización y el tiempo han permitido que las opiniones de los críticos se flexibilicen. Ahora a todos nos gusta el country, ¿no?

Eso en cuanto a cuestiones, digamos, ideológicas. Hay otro aspecto que tiene que ver con el tono en que los colaboradores escriben sus notas. Hay sentido del humor, crítica tenaz y dureza, rasgos que en otros ámbitos se suele confundir con ser “contracultural”. En un país en el que la crítica es blanda y (auto)complaciente, subirle de grados a la acidez suele pasar por temple y carácter. Yo creo que La Mosca simplemente es heredera directa de otras publicaciones que la antecedieron y que, esas sí, le metían calor al texto en tiempos en que hacerlo era, por lo menos, poco común. Una de ellas es –piensen lo que quieran- La Pusmoderna, A Sangre Fría (word on the street: García Michel habría copiado el formato tipo tabloide de la publicación de Mauricio Bares; HGM ha comentado y desdeñado este rumor urbano). Moho no, porque Fadanelli está en un lado opuesto a la tradición rockera, y seguramente suele reírse de la pleitesía al rock y los rockeros, aunque en un ejercicio de apertura ha sido entrevistado para las páginas de la revista (e incluso ha habido gente salida de las huestes Moho en las páginas de La Mosca: Eduardo Salgado, Constanza Rojas, yo mismo... y no es poca cosa, hasta antes de la fama del Fadanelli pre-Nexos, ser Moho significaba ser un apestado). HGM logró hacer comercial lo que era underground. Y ha ganado muchísima credibilidad al hacerlo.

Parte de la personalidad crítica de La Mosca está centrada en su continua crítica devastadora hacia el rock hecho en México. García Michel y algunos de sus colaboradores –con José Xavier Nava ya como el caballito de batalla con su Instituto Mexicano del Rock- han escrito sendos artículos para documentar la decadencia y decidida chafez de lo que ya se conoce como Rockcito y Rockcititito Mexicano, a base de poner el dedo en la llaga sin cesar para dejar patente la estupidez cerril de los rockstars mexicanos. No me imagino el panorama sin una revista con un nivel crítico como el de La Mosca, pero al mismo tiempo esa crítica –a veces más bien un problema personal sobre el que se necea constantemente- simple y sencillamente da pereza. Aunque uno suele estar de acuerdo con las críticas, no se puede dejar de pensar que, más que criticar, se esta pontificando. Y entonces se vuelve innegable el gran poder que se posee al editar una revista, al estar en los medios: ese nivel que se le ha exigido por años al rock mexicano o al periodismo, no está presente ni en Los Pechos Privilegiados (la banda de blues de GM) ni en sus notas sabatinas en Milenio. Son solo ocurrencias. Pero bueno, La Mosca es la mejor revista de música del DF y sus especiales son oro puro. ¿Ya lo había dicho?

January 21, 2008

HISTORIA SOCIAL DEL CÓMIC

Historia social del cómic
Terenci Moix, 1968
Bruguera

Casi 40 años han pasado desde que se publicó por primera vez Los cómics, arte para el consumo y formas pop, uno de los primeros estudios en español sobre el cómic desde perspectivas académicas. Desde aquella vez en que vio la luz, no había sido reeditado ni actualizado, volviéndose así un ejemplar de culto entre el público lector de cómics que trataba de explorar el medio y que buscaba ejemplares del ensayo en tiraderos y librerías de viejo. Ute Körner, agente de Bruguera, tras rescatar un ejemplar del libro con anotaciones hechas en 1974 por el autor, contacta a Ana María Moix, hermana de Terenci, pensando en regalarle el ejemplar como un recuerdo. Pero Ana María aprovechó la oportunidad de poner al día el famoso estudio de su hermano, y es así que este año tenemos esta primera reedición corregida y aumentada de tan simbólico libro. Ahora pasemos de la anécdota al contenido de Historia social del cómic, que es como se llama esta nueva versión del libro de Moix.

Para poner en contexto al lector, Moix inicia en “El cómic en la cosmología pop” repasando algunos fenómenos para comprender a lo que se refiere cuando habla del cómic como una forma de entretenimiento de la clase media: los mass media, la cultura pop, el camp. A fin de cuentas, son el cine, la televisión y los cómics producto de la modernidad en donde se engendran los nuevos mitos de la sociedad que consume –e incluso produce- sus productos: los artistas de cine, los cantantes populares, los personajes de los cómics. No sin razón, Terenci Moix llama a estos “los medios alienatorios más seguros”, cosa que el tiempo ha comprobado definitivamente. Sin embargo, en donde se le notan los años a su ensayo –que es resultado del momento que le tocó vivir al autor- es cuando expresa su deseo de que estos medios fueran “útiles a una ideología más progresista que la que suele guiarlos”; ideología trabajada desde el didactismo y el marxismo, se entiende. Cabe anotar que, desde siempre, no pocos creadores exploraron más caminos que los del cómic de la corriente principal –esto es, superhéroes, historias románticas, caricaturas de la televisión- proponiendo caminos alternos. Que The Spirit, Krazy Kat o los cómics de MAD escapen al análisis de Moix apunta a dos hipótesis: que se trate de un estudio sesgado, guiado por la ideología (que se deduce cuando al leer que Moix considera al cómic como al servicio de “una máquina opresora”), o bien que su autor sólo leyera títulos de héroes en spandex y las tiras cómicas dominicales. Es por eso que el título del libro en este segundo tiraje –propuesto por Terenci en sus apuntes- resulta incorrecto: el análisis de Moix parte de lecturas ideológicas y de la psicología de masas, no necesariamente de la sociedad, pues aunque existe una contextualización sobre el medio en el que se desenvolvían los títulos que se mencionan, el punto central del análisis no está relacionado con la historia o las costumbres de la época. Su obra es un derivado directo de los estudios que habían sido publicados también en esa década y que rescataban la cultura popular y la ponían en discusiones sobre high y low brow, como el reconocido Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco [1965]; con un plus ideológico similar al de Para leer al Pato Donald [Dorfman y Mattelart, 1972]. El título original del libro de Moix era más acertado, describía justamente lo que se puede encontrar en sus páginas.

El espacio dedicado al cómic español de la posguerra española –el capítulo “El tebeo español en la historia”- es especialmente interesante. Allí podemos darnos cuenta cómo la historia del tebeo español es muy similar a la de los cuentos mexicanos: la misma voracidad de las editoriales, los mismos esquemas temáticos y en cuanto a personajes y títulos. De hecho se recuerdan los títulos que Editorial Novaro exportaba a España, siendo así que las lecturas de historietas en ocasiones eran las mismas tanto para los niños mexicanos como para los españoles. El lector español eventualmente se familiarizó con los títulos, sus personajes y sus autores, y “...a través de la King Features Syndicate, el joven español del momento trabó conocimiento con los grandes creadores del cómic norteamericano, como Alex Reymond, Harold Foster, Ray Moore, Burne Hogarth o Milton Caniff”, demostrándose que la industria editorial de España fue constante, creando lectores que han consumido historietas desde entonces y que lo siguen haciendo.
En “Los superhombres de la era de la depresión” se enlista una serie de acontecimientos que definitivamente influyeron en el auge de personajes con superpoderes y que se debe, anota Moix, a que “La caída de Wall Street [...] tuvo en el terreno de lo pop los resultados que cabía esperar en un momento tan favorable para la evasión”. Sin embargo, su análisis de los superhéroes resulta la más tendenciosa, pues prácticamente elimina cualquier posibilidad de leer cómics por puro entretenimiento, pues “los vuelos de Superman y sus amigos no pueden justificarse; es imposible aceptarlos como probables ni aun en el reino de las fantasías más desbocadas”; lo anterior borraría de golpe la literatura fantástica, la ciencia ficción y las fábulas en las que los animales hablan. Si bien existe razón en sus apuntes generales –por ejemplo, sobre el servicio de los héroes de las revistas a la propaganda imperialista, es decir, pues: “cuando fue necesario odiar a los rusos contribuyeron desde las páginas de los periódicos a la consecución de este odio popular”-, la crítica sustentada en adhesiones políticas deriva en razonamientos absurdos: los superpoderes de Superman son injustificables en cuanto tratan de imponer miedo y sumisión entre sus lectores; es decir, por una razón ideológica y no por una, digamos, física, porque representan al imperio. Una de las primeras imágenes que ilustran el libro es un cartel de una película en Cinemascope, anunciando la majestuosidad del sonido estereofónico y la pantalla curva y cómo los lentes anamórficos producen una sensación de realismo entre los espectadores. El desafortunado pie de foto dice: “Imposición en el público de un sentimiento de inferioridad ante la `grandiosidad´ del producto. Espectacularidad”. Habría qué preguntarle a los espectadores si lo que sintieron fue eso o sincera emoción. Aún así, el puñado de héroes que analiza es deshebrado brillantemente, agrupados de la siguiente manera: los hombres superiores (Flash Gordon, Batman) y los semidioses (Superman, el Capitán Marvel). Aparte, las amazonas como Wonder Woman, quien, dice Moix, “fue presentada con atributos poco atractivos: fetichista, masoquista e incluso lésbica”.
Para 2003, año del deceso de Moix debido al enfisema pulmonar, la novela gráfica (entendida como aquella que proponía Will Eisner con la edición de A Contract with God; formato ampliamente extendido -y entendido- en la actualidad, y no como aquella que menciona Moix, la cual se refiere a los cómics que siguen “las coordenadas estructurales de la novela burguesa”, de corte romántico y/o de aventuras) era ya una realidad, las editoriales independientes habían hecho explosión en los años 90, Vertigo, Heavy Metal y Raw eran incluso ya referencias viejas. Habría valido la pena poner al día (un poco más) tan interesante estudio, pues aparte de los juicios de valor típicos de la época, en esta obra tenemos un análisis muy claro del medio y su evolución, su significado para las masas, sus lectores; sin descuidar una descripción de la tipología, los formatos, el lenguaje del cómic y unos rápidos repasos a su historia. Terenci Moix fue, antes que nada, un lector de cómics que disfrutó su lectura –su hermana Ana María contaba cómo su hermano la empujaba a comprar los tebeos para niñas que a él le gustaban- y que deja claro que “poetas de la imagen pueden serlo tanto Eisenstein y Renoir como los creadores de Flash Gordon y Li’l Abner”.

MR. T


Al mundo de los reality shows solo le faltaba el nombre del tipo más rudo del orbe: Mr. T. En él, resuelve los pequeños grandes conflictos de la gente, siempre a su manera, The T way, un método basado en valores: Sereni-T, Tranquili-T, etc. ¿Quién es el ángel afroamericano del mohawk y las cadenas?

UN SORBO DE T
Nacido el 21 de mayo del 52 en un ghetto de Chicago bajo el nombre de Lawrence Tureaud, T es pionero de Wrestlemania, en la cual tuvo la oportunidad de luchar en su primer edición de 1985, haciendo mancuerna con Hulk Hogan. Su carrera como luchador no duró mucho pues en 1987 anunció su retiro, regresando sólo para participar como réferi invitado a un encuentro. Su verdadera carrera profesional la desarrolló frente a las cámaras, en donde alcanzó el éxito que con las luchas no consiguió jamás. Pero vayamos al principio.

ES NEGRO, ES RUDO Y LE DAN LÁSTIMA LOS TONTOS

La familia de Lawrence sobrevivía con 87 dólares al mes después de que el padre abandonó a su prolífica mujer: nada más tuvo con ella 12 hijos, de los cuales T era el segundo. Para sobrevivir en el ghetto comenzó a moldear su poderosa musculatura. Sus hermanos eran tan atléticos como él. “¡Si creen que soy grande, deberían ver a mis hermanos!”, decía. Pero T es una blanca paloma. No fue un mal estudiante, pues, para su suerte, posee una memoria fotográfica que lo mantuvo alejado de los aburridos libros. Además, trataba de mantenerse alejado de los problemas para evitarle disgustos a su madre y al resto de su tropa. Cuando se le pregunta qué pasaría si alguien osara dañar a su familia, amenaza: “¡Mi madre y mis niños significan lo máximo para mí! ¡Habrá mucho DOLOR y SANGRE!”.

El deporte era el recurso para alejarse de la violencia. T es un habilidoso luchador, pero también un consumado jugador de americano y hockey y las artes marciales las domina por igual. También estudió actuación lo cual nunca fue muy aparente. En Retro Hell lo describen así: "Mr. T forjó el camino a otros finos y multifacéticos actores como Alf y Arnold Schwarzenegger". Nadie es perfecto, ni siquiera Mr. T. Pero sus hazañas son múltiples: durante algún tiempo fue guardaespaldas de Muhammed Ali, Michael Jackson, Steve McQueen y Diana Ross; no bebe, ha sido policía militar y en el 2001 derrotó a un enemigo más feroz que Rocky Balboa: el cáncer. La BBC lo enlistó, entre Homero Simpson, Abraham Lincoln y Martin Luther King como uno de los norteamericanos más influyentes de la historia. Su dispareja carrera ha sido presa de la casualidad. Podría haber jugado para los Empacadores de Green Bay, pero una lesión en la rodilla no se lo permitió. Podría también haber hecho una gran carrera como guardaespaldas: a más de proteger estrellas, era sacaborrachos de Dingbat, un club de Chicago en donde su frase persuasiva era: “te advierto que mi paciencia es tan larga como mi cabello”; y claro, su cabeza rechinaba de limpia, entonces no lucía su popular mohawk, simplemente no había nada sobre ella. Pero su vida no estaba destinada a nada que no fuera el ring y el plató.

PRIMER NOMBRE: MR, SEGUNDO NOMBRE: PUNTO, APELLIDO: T

¿De dónde viene su corto pero fácilmente recordable seudónimo? De la forma corta de su nombre, Tero, que en 1970 acortó a T y le añadió el Mister para que la gente que pretendiera mandarle cartas TUVIERA que anteponer el título. Por otra parte, su famoso corte de pelo lo comenzó a utilizar tras ver unas imágenes de los guerreros Mandinka en National Gepgraphic. El corte era una manera de evidenciar su origen afro.

El rol de T en Rocky 3 se limitaba a unas cuantas líneas y cameos, pero Stallone le amplió el papel y lo catapultó a la fama. A partir de ahí, las cámaras se enamoraron de su imponente figura. Tras una aparición más en el cine (en Penitenciary 2) y un programa televisivo (Bizarre), hizo su entrada triunfal en las series de aventuras de los 80: The A Team (Los Magníficos, en México) por su papel de BA (bad attitude) Baracas, un rudo (rudísimo) guerrero militar que no le temía a nada, excepto a volar y que, en un acto de gran sensibilidad, tenía escenas de tierno amor. Allí ganaba la nada despreciable cantidad de 80 mil dólares semanales. Gracias a eso es que comienza a cotizarse cada vez más alto. En sus épocas gloriosas cobraba la friolera de 15,000 USD por aparición (dudo que sus colaboraciones para E! le reporten lo mismo, pero alguien tiene que pagar lo costoso que es mantener su pesada pedrería, valuada en 300,000 dolarucos colgando de su cuello). Su joyería, acabada en oro y pedrería le lleva una hora colocársela, y es cuidadosamente acicalada con un limpiador ultrasónico. El otro significado de sus cadenas de oro es la misma de los raperos neoyorquinos: un símbolo de la esclavitud y la pesada carga que debían arrastrar por los campos de algodón. T es un hombre religioso hasta en sus excentricidades: de sus orejas cuelgan 7 argollas: 7 por el significado religioso de los números 3, 4, y 7; por cierto: T decidió rebautizarse en 1978 dentro de la Iglesia de la Comunidad Cosmopolita.

EL HOMBRE MÁS RUDO DEL MUNDO

El mensaje de Mr. T es el de un predicador que trata de guiar al rebaño hacia el buen camino, pero a base de gritos y fuerza bruta. Su muñeco parlante regaña a los niños y les lanza mensajes-advertencias que han de corregir a las ovejas negras. “¡Estudia mucho!”, “¡Siempre escucha a tus padres!” y su famoso “I pity the fool!”. I pity the fool. Su lema, su ideología, y ahora, el nombre de su programa de televisión. Me dan lástima los tontos, frase que hizo famosa en Rocky y que se volvió su muletilla de batalla. Su caricatura (T-Force), su cómic (Mr. T and the T-Force) y todo lo que gravita alrededor de su figura va acompañado por la poderosa sentencia. Y Mr. T lleva su mensaje reivindicatorio de la raza negra en forma de mercancía oficial. Pee Wee Herman comía su multivitamínico cereal –“crispy sweet corn and oat cereal”-; hay Mr. T como desodorante para el auto, como punching bag, como chia head (esas cabezas para plantar semillas y de las cuales crece un bello ornamento de pasto) y como chip conductor T1, un adminículo tecnológico. Su influencia toca muchos aspectos de la vida norteamericana, por ejemplo, el Dr. Hibbert, personaje de los Simpson, durante un tiempo luce un look similar al suyo, y Poochie, el malogrado personaje de Itchy y Scratchy exclama “You the fool I pity!”. Mr. T está en todas partes, es omnipresente y poderoso. Y no, sus dos hijas no lucen el mismo corte de pelo que él, corte por el que, dice, paga millones de dólares. Sus hijas se pueden peinar como ellas así lo deseen. T es un angelito. Sus perros se llaman Peligro, Pesticida, Suicidio y Genocidio pero es un angelito. Si un niño se acercaba a pedirle un autógrafo para su copia de The T-Force, T le proponía un trato: “si no sabes leer, tu hermano mayor [o sea, él] lo hará por ti”. Un ángel. Cadenas, dinero y un irrenunciable espíritu de serie B. Eso es Mr. T.

Publicado en Milenio Diario; 20 de enero de 2008.
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