January 04, 2006

SOY UN ANUNCIO DE MI MISMO, SO FUCKIN´ WHAT

Citado por Naomi Klein en No Logo, Norman Mailer apuntaba:
“los graffiti de los artistas urbanos son como fuegos de artillería de la guerra
entre la calle y el sistema”.
Aunque ahora podemos ver cómo las grandes corporaciones –sobre todo aquellas que “son cool”- se apoderan de el carácter efímero, radical y combativo del graffiti, llenar las paredes con pintura de aerosol (sean éstas parte de un espacio público o no) continúa representando una forma de ataque a las buenas costumbres, al convencionalismo. Cuenta la leyenda que el deporte conocido como taggin´ lo inició un tipo neoyorkino quien, aprovechándose de su calidad de mensajero, comenzó a escribir su nombre –y el # de su calle también- en cuantos camiones de helados encontraba a su paso. El hecho habría pasado desapercibido a no ser por una nota aparecida en el New York Times en la cual se hablaba de aquel guerrillero anónimo. Y así comienza una cadena que para llegar al apoderamiento de la estética de choque practicada por el graffiti por parte de las marcas comerciales, hubo de pasar por el Hip Hop, el Arte (Keith Haring, por ejemplo) y, claro, la publicidad.

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FRANCOTIRADORES S. A.
Toda consigna digna de ser escuchada (pero cuidadosamente acallada por la autoridad) casi siempre salta la vista por medio de los muros. El ya tan sobado “La imaginación al poder” de los 60 es un ejemplo de ello, pero también el arte en esténcil como el de Acamonchi lo es. Las simples oraciones cargadas de ideología política han dado paso al desagravio de la cultura convencional y el corporativismo aplastante.

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Por ejemplo: la piratería publicitaria. Inclinada más hacia lo que hace gente como los editores de la revista Adbusters (sacar los anuncios de su contexto para que el lector se de cuenta de lo grotesco que es el marketing) que hacia las playeras que ahora todo mundo viste (como anunciando el “anarquismo”): Marihuana en vez de Mc Donald´s, Cocaína en lugar de Coca-Cola, etc., la piratería publicitaria juega a mutar los mensajes originales y cambiarlos de dirección, logrando que el disparo lo reciba la major company. Un ejemplo de lo que los adbusters (rompeanuncios como se les llama en España) realizan es el siguiente: a un anuncio espectacular de Levi´s, pegarle una imagen de Charles Manson. El término, creado por la banda Negativland, se nutre del concepto de que el transeúnte debe ser capaz de replantearse el papel de las marcas: ¿es cool Nike? ¿acaso no es la misma compañía que mantiene a sus empleados en Vietnam semi-esclavizados? Y lo mismo se puede decir de los mensajes que de la noche a la mañana aparecen en las paredes de la ciudad, firmados no con tinta sino con aerosol: es el pastelazo en la cara de Bill Gates, el gancho al hígado de la familia, la autoridad, los exquisitos. Las formas de protesta ahora abrevan de distintos manantiales: el graffiti se alimenta del arte contemporáneo, que a su vez mama del DIY del punk, que a su vez se apropia de la filosofía. El término en Inglaterra es subvertising, una mezcla de subversión y advertising, dejando claro hacia dónde se dirigen los disparos.

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SOY TOTALMENTE FALSO
En el fanzine Número, alguna vez se hablaba del efecto que provoca la subversión de mensajes: ¿qué pasaría si la típica fresa hueca y mensa vistiera playeras con mensajes radicales? La premisa sonaba interesante, pero ahora es típico ver chicas por la calle portando t-shirts divertidas pero engañosas: basta preguntarle a cualquiera que lleve una franela con el logo de Starbucks cambiado por Starfucks. Es decir, es fácil caer en la broma, pero razonarla lleva más tiempo. Cuando esa fiebre por darle características “alternativas” a las cosas comenzó, no fue tan bien recibida. Las chicas se ofendían con las que mostraban la figura de un hombre apuntando con una pistola a la cabeza de una mujer con la palabra bitch. Igualmente, Coca-Cola recibió la flecha que ella misma había disparado: en 1994 lanzó OK Soda, una bebida gaseosa para la Generación X, aquella supuestamente irónica y nada complaciente.

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La lata –una verdadera chingonería diseñada por artistas como Dan Clowes y Charles Burns, uno de los historietistas independientes más interesantes de la escena gringa- mostraba la cara de un adolescente tipo Beck (o sea: I´m a loser baby, so why don´t you kill me?) como para que los outsiders tuvieran por fin una bebida que los “representara”. Ajá, sí, pero, ¿manufacturada por Coke, uno de los más grandes símbolos del corporativismo imperialista? El refresco fracasó, pero el camino hacia el apoderamiento de lo radical siguió su paso... recuerda: también hay una moda llamada Radical Chic. Por eso, si no te gusta ensuciarte ni tener que convivir con el contingente que sigue protestando por el 2 de octubre (contingente que como ya hemos visto, es más hueco, ignorante y mal informado de lo que nos quieren hacer creer los izquierdistas), si no te gusta el olor a sudor pero sí la “Revolución” (de amor, como dice Maná), ya puedes ir al mall y comprarte aquella ombliguera que trae la cara del Ché Guevara ©. ¿Acaso no es taaan cool? Entonces: si un político, de izquierda (la mierda fría que decía Bukowski) o de derecha (la mierda caliente) te patrocina regalándote latas de spray, ¿significa que te has vendido? Seguramente no, porque, de hecho, ya alguien te había comprado desde antes.

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1 comment:

Francisco Eli said...

Algo dificil de asimilar detalladamente, este mundo ya esta rejido por el mercado y la "moda", en donde por lo regular la gente que no sabe ni que se inclinan por algo que no conocen su significado y solo lo obtienen por que "se ve bonita" o es "cool".
Cada persona de la sociedad tiene un precio y ninguno se salva para caer en el

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