May 19, 2008

NORMAN MAILER: UN FUERA DE LA LEY PSÍQUICO


Norman Kingsley Mailer charla con un reportero; juntos beben té helado en el restaurante llamado Dragonfly. De pronto, Sookie, la mesera, notablemente molesta, los interrumpe con un desvergonzado: “¡Chicos, disculpen, paren su fiesta!”. Les anuncia que el almuerzo ha sido cancelado, “¿Estás feliz, Norman Mailer? ¡Cancelaron el almuerzo!”, y, burlonamente, les advierte que ello significa que no habrá más té helado, rebanadas de limón y, sobre todo, “¡no más sentarse en el café sin ordenar nada porque eres Norman Mailer y puedes hacerlo!” (el enojo de Sookie se debe a que el Dragonfly debe eliminar los almuerzos mientras sigan sin ser rentables). Luego, hojeando un ejemplar de algún libro de Mailer que hay sobre la mesa -¿Los tipos duros no bailan?, ¿Oswald?, ¿Los desnudos y los muertos?- extiende su mofa a su literatura –usa “grandes palabras”, le recrimina- hasta que Lorelai –la protagonista- se la lleva a la parte trasera del restaurante, donde Sookie reconoce que no es culpa de Mailer que las ventas estén tan bajas. Lo que sucede es que Sookie, además, ¡está embarazada!

La escena arriba descrita pertenece al capítulo 6 de la temporada 5 de la serie Gilmore Girls, llamado “Norman Mailer, I’m pregnant!” (eventualmente, Sookie regresa a la mesa de Mailer a darle el anuncio al escritor quien, aún sorprendido, la felicita). En E! Entertainment Television –qué otro lugar para legitimar los acontecimientos de la cultura popular- consideran a la serie uno de los mejores “placeres culpables”. Alguien comentaba: “en la serie ha aparecido Norman Mailer”. Bueno, en E! saben quién es el escritor de Nueva Jersey, aunque quizá ignoren que alguna vez acuchilló por la espalda a su esposa Adele Morales.

Mailer es un escritor –empresario literario, se llamaba a sí mismo- de nuestros tiempos, un reportero que observa los entretejes de la sociedad sobre la que escribe, incluido el entretenimiento (es autor de The faith of graffiti, uno de los documentos más serios sobre el graffiti en NY). “El tedio y el aburrimiento asesinan más existencias que la guerra”, decía. Abrió relatando su experiencia en la guerra y para el final aceptó hacer unos cuantos disparos en la guerra contra el tedio, desde la trinchera de una teleserie. A fin de cuentas, los acontecimientos diarios son de un absurdo tenaz. Sobre su escritura se ha comentado el hecho de que las orillas entre los géneros que manejaba eran borrosos, y de la misma manera se puede hablar de los acontecimientos vistos desde su postura de reportero/hombre de letras siempre alerta a los que sucede en el contexto sociopolítico del mundo que le rodea, aunque, eso sí, negándose a pensar en un la figura del escritor en términos políticos: “es lo mismo que pensar en alguien y empezar por el ano”. En Miami y el sitio de Chicago se puede comprobar esto. En dicha crónica, el, identificado como el cronista, analiza la figura de los precandidatos republicanos y sus seguidores desde el punto de vista de un televidente o, por lo menos, del asistente a un circo. De otra manera la absurda llegada de un elefante llamado Ana a la gala o la llegada de Nixon rodeado de las nixonettes y las nixonaires terminaría en una narración aburridísima, igual que la celebración misma, reportada por la prensa de esos años como insípida. Su descripción de Rockefeller en un momento se concentra en algo más que sus ideales políticos, particularmente en su voz a la Humphrey Bogart o Clark Gable. Él conocía el valor del espectáculo. Decía: “La única cosa que siempre nos promete la televisión es que, en el fondo, lo que vemos en ella no es real”.

Mailer es un moralista, en el mejor sentido, como lo fue Dostoievski. Le tocó vivir los años álgidos de la contracultura norteamericana –el verano del amor- pero a una edad mayor: en 1967 contaba ya con 44 años y opinaba que los Rolling Stones eran unos fingidos, cuya audiencia era “una manada de muchachos de clase trabajadora muy ensordecidos, desorbitados y sexuados”. El contacto con la contracultura le permitió darse cuenta de los caminos equivocados que los jóvenes estaban tomando. Enumeraba lo que puede arruinar a un buen escritor. Apatía y cobardía figuraban entre los factores perniciosos, pero también carencia de un mínimo de fama, frustraciones, los excesos de halagos y, también, de droga, licor y sexo. “Me pareció que estábamos hipotecando el futuro con la marihuana” y la dejó, declaró recientemente a Rolling Stone. La masturbación le parecía una actividad miserable pero por el contrario, una orgía le parecía una de las expresiones sexuales más altamente civilizadas que podía haber.

UN DRAMA DE SANGRE

Ya con la salud deteriorada, alcanzó a publicar una última obra, que ya ha levantado ámpulas: The castle in the forest (en español, El castillo en el bosque, Anagrama 2007). En ella, la premisa es la juventud de Hitler, uno por el que en un momento determinado siente cierta empatía (Mailer salió a defender al vilipendiado Günter Grass luego de que diera a conocer su participación en la Waffen-SS cuando tenía 17 años, declarando que él mismo habría a parar a las juventudes nazis de haber estado en el lugar del escritor polaco); el mismo individuo que atrajo a las masas porque, según sus palabras, era capaz de darle al pueblo alemán lo que éste exigía a gritos, entre otras cosas, hacer picadillo a la gente. “Por cierto, al final no (la) hacía picadillo (...) le tiraba gas”, remataba con un oscuro sentido del humor.

En la novela, un personaje llamado Dieter –o “D.T.”, como sería de una manera americanizada-, quien al parecer pertenece a la Sección Especial IV-2ª de la SS aunque, para ser más precisos, labora para el mejor servicio de inteligencia del mundo: las huestes del Diablo, decide narrar lo que sabe y lo que vio sobre la infancia y la adolescencia temprana del futuro Führer. Este narrador recrea lo que él llama una ironía –y no una falsa leyenda, aclara- de Hitler. Una que satisface a Himmler.

Debido a la sospecha de Heinrich “Heini” Himmler de un posible origen judío de Hitler, este agente especial es comisionado para realizar la investigación pertinente y, con conectes como los que posee, logra enterarse de que las especulaciones de Himmler no solo son infundadas, sino que el verdadero origen del carismático Adi –como lo llama Mailer en su obra- es algo menos terrible: solo es resultado de un doble incesto. Mejor ser hijo del incesto que judío. (Consideremos esto: en la escala de valores de los personajes, el bestialismo es menos grave que el adulterio, y solo merece 500 padrenuestros y 500 avemarías, y “¡no se hace el amor con un caballo grande por tan poco!”. Y el incesto lo es aún menos que el adulterio. Entonces, ¿qué son los judíos?) Resulta que Johann y Maria Anna, sus abuelos, son tío y sobrina carnales, como lo son Klara y Alois, sus padres.

COMO LA VIRGEN MARÍA

Johann Nepomuk Hiedler –apellido que luego se convierte en Hitler- ha preñado a Maria Anna Schicklgruber en un “acoplamiento apocalíptico”, con tan solo recostarse en un pajar, a la manera de la virgen María, es decir, de manera inverosímil pero con alguien dispuesto a creer tal disparate, en este caso, Himmler. El bastardo es Alois a quien hacen pasar como hijo de Georg, hermano de Johann, pues éste es un hombre decente.

El laberinto sanguíneo se puede seguir en las páginas del libro. Uno puede dibujar sus árboles genealógicos en papel o en la mente. Lo que resulta increíblemente interesante son las palabras del buen Himmler, feliz con tan desproporcionada historia: “Los genes agrarios [las itálicas son mías] de nuestro Führer, fortificados a lo largo de generaciones, han encontrado una metamorfosis triunfal en sus virtudes trascendentes”. Bueno, en esto tiene razón: la única mutación que ha sufrido Adi debido a las mezclas intrafamiliares es nacer con un solo testículo.

El narrador de El castillo... pregunta: “¿hay algún alemán que no intente comprender [a Hitler]?”. Sin embargo, Mailer sabía que explorar la vida de un personaje de tal magnitud podría representar una afrenta para un pueblo avergonzado. “[En Alemania] se prefiere barrer el pasado de Hitler bajo la alfombra [...] como una familia con un asesino entre sus miembros, sobre el que no se habla”, declaró en los días del lanzamiento de su libro. Para Mailer resultó más fructífero identificarse e incluso sentir compasión por su personaje que seguir el lugar común: tacharlo de cobarde. Del mismo tono era su opinión sobre, por ejemplo, Charles Manson. Y son ideas como esas las que le ganaron la etiqueta de autor explosivo, incluso contracultural. Cuando se supo la noticia de su muerte, el New York Times la anunció de la siguiente manera: “Norman Mailer, el combativo, controversial y a veces demasiado franco novelista, quien tuvo una presencia provocadora en las letras estadounidenses por más tiempo que ningún otro escritor de su generación, murió ayer [noviembre 10 de 2007] a los 84 años en Manhattan”. A veces demasiado franco. Una de sus ideas que sorprendieron al público proviene de una declaración que dio a Dick Cavett en su talk show. Pero nadie quedó más perpleja que su ex esposa Adele, pues el tema de la conversación era el asesinato. “Tampoco hubo entonces ninguna expresión de arrepentimiento, ni siquiera un atisbo, sólo su gélida prescindencia y, como siempre, su preocupación absoluta por sí mismo”, escribe la mujer en La última fiesta. Escenas de mi vida con Norman Mailer (Circe, 2000). ¿Pero qué dijo Mailer que estremeció tanto a Adele? Que él había experimentado el deseo de matar. Ni siquiera se refería al incidente sucedido con su esposa, hablaba en general.

El escritor era demasiado franco en muchos temas, pero una de las enemistades más conocidas fue la que se ganó con las feministas. Ellas, al lanzarse como candidato para la alcaldía de NY, lo llamaban “el cerdo más grande y reaccionario” (por su parte Adele Morales tenía sueños en los que lo mutilaba y le hacía vudú: “éste, cariño, es por lo que me hiciste a mí; éste, por las niñas: y éste, por mi jodida alma”, exclamaba la mujer en sus sueños. Cada quien su guerra). A las feministas las desnudaba (figurativamente) con sus opiniones. Las consideraba acomodaticias y sin agallas.

EL MAL

El castillo en el bosque sirve también para apreciar la gran capacidad analítica del escritor, la manera en que desmenuzaba la situación política de su país. Cuando Paul Krassner lo entrevistó hace ya más de 40 años su profecía rezaba que si la enfermedad en Estados Unidos seguía su avance, en algún momento la nación tendría su propio Hitler. En uno de sus últimos libros, ¿Por qué estamos en guerra? (Anagrama, 2003) –que, a diferencia de Why are we in Vietnam? (Picador, 2000), una obra de ficción publicada en 1967, es un compilado de conversaciones más una conferencia dictada en el Club de la Commonwealth en San Francisco ese mismo año- redondeaba esa vieja idea de la siguiente manera: en efecto, los EEUU, en tiempos del 9-11, se encontraba ya en un estado muy parecido al de la Alemania nazi, y “el 11 de septiembre hizo algo equivalente con la sensación de seguridad de los estadounidenses”.

El libro explora dos conceptos que han sido constantes en su obra: el bien y el mal. En 1963 aún se encontraba indagando al respecto: “Tengo la obsesión de averiguar cómo existe Dios. Si es un Dios esencial o un Dios existencial; si es Todopoderoso o si Él también es una criatura existencial combatida, que puede tener éxito o fracasar con su visión. Pienso que este tema se hará más perceptible mientras más novelas escriba”. Eventualmente, parece haber encontrado algo, y terminó reconociendo su creencia en Dios y su antítesis, el Diablo (el Maestro, en su último libro). “Me gusta creer en el Diablo, porque así me puedo explicar la existencia del Mal”, declaró un Mailer al que la muerte acechaba.

Por eso es que, según lo que vio en 1968 en la Convención Nacional Republicana fue que para los elefantes conservadores, aquella “gente de buen corazón pero que nunca había experimentado emociones muy fuertes”, mirar a los Estados Unidos en ruinas significaría que Dios había dejado de existir, un sentimiento que bien puede haber sentido el norteamericano promedio, fuera Republicano o Demócrata. Para él el Bien y el Mal, Dios y el Diablo se encuentran al mismo nivel, siendo capaces de trabajar juntos, de llegar a acuerdos. Mailer relata lo sucedido la mañana en que las Torres Gemelas cayeron: mientras su hija observaba el horror desde la ventana del apartamento de él en Brooklyn Heights, él lo miraba desde su hogar en Provincetown a través de las transmisiones en real time de CNN. Un Mailer afectado exclamó: “Dioses y demonios invadían Estados Unidos procedentes de la pantalla del televisor”.

Publicado en Metaplítica No. 58 (marzo-abril 2008), bajo el título "Norman Mailer: un moralista demasiado franco".

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