January 10, 2006

DANIEL CLOWES

Mientras las nuevas y las viejas formas del comic se iban reacomodando justo al inicio de la última década del siglo XX, alguien ya estaba haciendo su trabajo desde mediados de la era perdida –los 80-: el más renombrado de los indies. Daniel Clowes forma parte de la escena de los comics alternativos de los años noventa, a pesar de comenzar a desarrollar su elaborada marca registrada mucho antes, y destaca especialmente entre los de su generación por su gran habilidad narrativa, pues es un gran storyteller con un estilo y ritmo estilísticos únicos y una impresionante y depurada capacidad gráfica, con la cual se podría hablar ya de una estética Clowes.

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Con una historia publicada en el clásico Love & Rockets de los Bros. Hernández, no es hasta 1985 que la casa editorial Fantagraphics comienza a publicar su trabajo, en este caso, la serie retro-detectivesca protagonizada por su alter ego Lloyd Llewellyn; pero es por Eightball, un título que comenzó a editarse en el 89, que Clowes se convierte poco a poco un renombrado y respetado artista del gremio alternativo.

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Con los años, ha habido momentos en su carrera como creador gráfico en los que ha coqueteado con un relativo éxito (relativo considerando el éxito al que puede aspirar un artista independiente), como al ser comisionado por Coca-Cola para diseñar la lata de OK Soda, una edición especial para los miembros de la vilipendiada Generación X (de las cuales ambas fracasaron: la lata y la generación), el video animado de I don´t wanna grow up, el cover de los Ramones a la canción de Tom Waits, y más recientemente, la adaptación en cine de Ghost World en manos de Terry Zwigoff, realizador del documental que retrata a Robert Crumb y su retorcida forma de vida. Pero, afortunadamente para sus lectores, su energía está enfocada en seguir atacando la opalina, creando esos mundos que semejan los intrincados y bizarros filmes de David Lynch.

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Clowes conoció el comic underground en los días en que le echaba vistazos a las Penthouse del papá de uno de sus amigos, y como buen geek, terminó más interesado en la pornografía gráfica de Crumb que en la de las graciosas pets de la revista. Como su hermano compraba todo tipo de comics, se nutrió esencialmente de aventuras ilustradas desde pequeño e inició calcando comics de Batman. Teniendo unos padres intelectuales no sufrió de restricciones respecto a lo que podía leer o escuchar, y quizá por eso su educación artística no fue nada convencional: leía el MAD mientras escuchaba música de los años 40 y 50 y miraba películas de serie B. Así, terminó despreciando las formas contemporáneas de la cultura pop con la que le toca convivir, inclinándose hacia aquello con sabor vintage y/o retro. De esta manera, atrincherado, es que ha logrado desarrollar una estética única, una de las más envidiables e influyentes que, acompañada de sus técnicas narrativas, lo han vuelto uno de los más prominentes comic makers de Norteamérica.
Clowes ha encapsulado el look de los años 50 (por un miedo confeso al futuro y un aferre sistemático a la nostalgia), pero a sus situaciones y personajes les inyecta una agria carga humorística y crítica de la forma de vida del norteamericano contemporáneo. Las taras son hilarantes en el mundo de Clowes, la deformidad mental y física es utilizada para crear intrincados y complejos escenarios narrativos. Like a velvet glove cast in iron, una de sus primeras historias largas, va transitando de una aparente trama convencional (se trata de una especie de historia detectivesca en la que un hombre sale en busca de una antigua novia con la que desea reencontrarse) hacia una serie de despropósitos que disparan la trama en diferentes direcciones: esa novia la vio actuando en una película seudo porno en la que no hay escenas de sexo explícito sino situaciones bizarras.

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El cine en el que hace el descubrimiento tampoco es “normal”, pues en el baño un gurú da consultas sentado en la taza y es él quien le da los datos necesarios para embarcarse en la búsqueda, la cual terminará siendo una pesadilla posmoderna en donde confluyen los personajes más disparatados. Por obras como esta es que ha sido comparado con Lynch, aunque quizá Clowes tenga más sentido del humor que el director de Montana.

En el humor en Clowes siempre (o casi siempre) hay una tensión sexual. Los fetichismos, el voyeurismo, las fijaciones, el comportamiento erótico incómodo, cualquier desviación sale a flote. En On sports hace un corte transversal de las motivaciones de los deportistas y los aficionados al deporte (¿machismo, homosexualidad reprimida?), mientras que en una de las aventuras de Pogeybait, éste extraño ser que deambula en truzas y presume un peinado de salón, tiene una sesión de sexo telefónico muy satisfactoria, pues pega de gritos hasta que se le agota el tiempo... aunque termina lamentándose: “¡olvidé masturbarme!”... ¿no es gracioso?
Pero más allá de su irónico sentido del humor, sobresalen sus historias “serias” en donde se interna en complejos terrenos para contar las difíciles vidas de sus personajes marginales.

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Por ejemplo, David Boring es hijo de un oscuro historietista de los 60 y, como casi todos los protagonistas de Clowes, tiene una especial dificultad para relacionarse o comprender las formas de vida convencionales de los que lo rodean. Así sucede con casi todos aquellos retratados en Caricature; en especial Mal, un caricaturista malogrado dedicado a dibujar a los visitantes de una feria de pueblo (como aquellos tristes artistas de Chapultepec) y a quien una fugaz novia lo abandona amargando aún más su gris existencia. Como se puede ver, Clowes explora continuamente el papel del dibujante de comics o de los comics en sí, más allá de las ideas más tradicionales pues, por ejemplo, en Eightball 23 narra la historia de Andy, un adolescente en cuyas manos cae una pistola capaz de desintegrar objetos y personas. Con ella se vuelve The Death-Ray, aunque su vida como súper héroe la vive bajo la tutela de su mejor amigo.

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Pero la vida es cruel y por esas laberínticas formas que tiene la amistad, Andy termina desintegrándolo, internándose a sí mismo en una dura disyuntiva -¿la amistad o un super-poder? ¿el poder o la vida humana?- en la cual quizá sólo personajes del mainstream (Batman acaso) con más fondo que Superman se han metido.

Los laberintos sentimentales y existenciales de Clowes derivan de su propia y pesimista forma de percibir el mundo. En The Imp, el proto fanzine especializado en comics de Dan Raeburn, Clowes confiesa: “Cuando vivía en Chicago no fui feliz (...) colocar un tripié y ametrallar a todos me habría hecho feliz”. Hay un conflicto interno en Clowes que plasma en cada uno de sus comics. La infelicidad, la angustia, la repulsión por el ser humano gregario –mas no así como individuo, por quien siente una simpatía al identificarse en su lucha intestina consigo mismo- todos los sentimientos vergonzantes, las debilidades, las múltiples limitaciones que alejan al hombre de la perfección norteamericana son los rasgos primigenios de sus personajes. Más allá del Whiteman que retratara Crumb y que recorría las calles babeando y buscando sexo mientras exclamaba: “soy un tonto del culo”, el americano de Clowes contiene una mayor densidad en cuanto a marginalidad se refiere.

La mejor forma de entender a Clowes es conociendo su obra que, aunque enigmática y un poco hermética, contiene mucho de lo mejor de la historieta alternativa de EU. Y es divertida, cosa que hay que agradecer, estoy harto de estar deprimido; ¿ustedes no?
Publicado en Milenio

1 comment:

ArT said...

Excelente.
Me ha servido de mucho, gracias.

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