January 17, 2006

LOS INTESTINOS DEL MANGA

UN TSUNAMI CULTURAL

Los cómics japoneses (Manga, en términos especializados), una industria casi tan adelantada como la tecnología del país asiático, inició su avasallador avance cultural en la década de los 50, pero no es sino hasta mediados de los 80 –con la popularización en occidente del Anime (las caricaturas televisadas) que se comienza a hablar seriamente de su poder de convocatoria y la amplia influencia que logra implantar en sus seguidores. Abarcando un amplio espectro de las motivaciones de la juventud nipona (sus taras, obsesiones, miedos, traumas y gustos), sus páginas tratan todo tipo de historias: samuráis, robots, sexo, historia, romance, etc. La tipología en la que se subdivide el Manga es la siguiente: Kodomo son los títulos para los niños más pequeños, Shonen es para los varones entre 12 y 18 años. Las niñas leen los títulos de tipo Shoujo. Una vez que las mujeres pueden trabajar, suelen optar por los Josei Manga, y para los hombres adultos es que existen los Seinen, amén del Hentai, la versión pornográfica de los cómics y el Yaoi, su forma homosexual. Estos títulos representan en conjunto el 40% de la producción editorial japonesa. Un gigante corporativo en forma de libros ilustrados.

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Las industrias del Manga y el Anime son con frecuencia una sola. Sus autores –las súper estrellas millonarias del Japón-, muchas veces son los creadores de sus historias en forma impresa y en su versión para la televisión o el cine. Dos ejemplos de esto se encuentran encarnados en las personas de Ozamu Tezuka (con su personaje insignia, Astro Boy, responsable del gran salto de la cultura pop japonesa a occidente) y Katsuhiro Otomo (padre de Akira, el anti-héroe cyber punk).

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Existe una serie de lineamientos o características que son propias de la historieta japonesa y que se puede reconocer fácilmente: la iconografía de las expresiones faciales y corporales (venas saltadas para representar el enojo, los ojos grandes de los personajes, los peinados puntiagudos, las narices pequeñas, las cascadas de lágrimas cuando se llora, etc.), las onomatopeyas y su impresionante especificidad (existen signos para representar, por ejemplo, todo tipo de parpadeo: lento, rápido, etc.) y sus técnicas específicas (líneas de acción para representar movimiento, el uso de tramas de puntos y líneas en forma de transfers adhesivos para crear efectos de luz, sombra y altos contrastes). Son estas marcas una especie de impronta cultural que las hace fácilmente reconocibles en occidente.


MAMÁ: SOY UN OTAKU

De esta subcultura brota una especie de seres que representa la fuerza real del arte contemporáneo nipón: los Otaku, una horda de fans enloquecidos con un solo objetivo en la mente: coleccionar todo lo relacionado con el Manga y el Anime. Más a profundidad, Otaku es aquel que, en su desenfrenada carrera por convertirse el mayor poseedor de objetos relacionados con su adoración, no tiene una vida o, en el mejor de los casos, la tiene empeñada –al igual que su dinero, su tiempo y su esfuerzo-, en su batalla contra otros Otaku más talentosos o con mayores medios disponibles que él. Su existencia se ve casi absolutamente interferida por su obsesión. El término Otaku en realidad significa “tu casa”, pero su definición actual es más cercana a la de Fanboy, la versión norteamericana de los seres sin otras motivaciones que los cómics y lo que tenga que ver con ellos. El termino, aparentemente, fue acuñado por un humorista y ensayista llamado Akio Nakamori quien en 1983 se percató del inusual fenómeno social que comenzaba a gestarse y lo retrató en An investigation of Otaku.

Básicamente, para encontrar un Otaku habrá de buscársele en su propia casa, tirado en un sillón mientras hojea un ejemplar de cualquiera de las miles de Mangas que se editan semanalmente en Japón. Pero el medio ambiente Otaku es también aquel de las Comike, las convenciones de cómics que llegan a reunir hasta medio millón de gremlins-fans en sus ediciones de cada dos años. Los Otaku son los outsiders del Japón, y las Comike representan, usualmente, su único punto de encuentro con la sociedad. Allí, metidos en botargas y disfraces de sus personajes predilectos –fenómeno llamado Cosplay, costume play, juego de disfraces), parecen encontrar la empatía y la felicidad que les es negada en la calle. A fin de cuentas, su descripción física se acerca muchísimo a la del nerd del salón de clases: “Muchos de ellos sufren de dermatitis atópica y son anormalmente obesos. Son feos. Por eso no le gustan a la gente. Algunos son físicamente deformes. ¿Quién puede quererlos en Japón?”. La anterior es la nada halagüeña definición del Otaku en labios de Takashi Murakami, un artista plástico que se ha revolcado en el fango intestinal del Manga.

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MURAKAMI: POP, OTAKU Y TRAGEDIA

Una sociedad se debe apreciar como un todo, sin ocultar sus debilidades, sin
negarse a explorar su lado oscuro.
Robert Muchembled, en Historia del diablo,
Siglos XII-XX


A la fecha, Murakami se ha convertido un ejemplo sobresaliente de lo que en estos tiempos se puede denominar Cultura Pop Japonesa. Nacido en 1962, posee una licenciatura en Nihon-Ga, un estilo gráfico tradicional de su país y que data del siglo XIX; pero en la década de los 80 decidió separarse de ésta al darse cuenta de la poca relevancia que esta vertiente artística tenía en la cultura contemporánea japonesa, y fue así como terminó de frente al Manga y la simbología que gravita a su alrededor. Su obra muestra pinturas y esculturas con iconos que brotan de las páginas del cómic y la animación nipona. Con un mucho de inspiración en los artistas pop norteamericanos quienes supieron trasplantar los aspectos de la cultura banal y la vida cotidiana en las tierras del arte (como Warhol hizo con los objetos de supermercado y las estrellas del cine, Jeff Koons con la pornografía y el mal gusto y Lichtenstein con el cómic), Murakami le da forma a lo que los críticos denominan “Otaku deconstructivista” y que en su universo se llama Poku, palabra que surge de unir los términos Pop y Otaku.

Sus personajes son calcados de la imaginería que puebla el pop japonés: Hello Kitty, Sailor Moon, Pokèmon; pero con un twist perverso que les da un aura sexual, casi diabólica: Sailor Girls expulsando leche de sus descomunales tetas, Sailor Boys eyaculando un torrente exagerado de semen, iconos que parecieran salidos del microcosmos Sanrio (aquel en el que viven Kitty y sus amigos), pero con rasgos agresivos, demoníacos. ¿Por qué si la estética japonesa abreva de uno de los paradigmas de la estética posmoderna de la isla –Kawaii, la ternura-, ha de crear monstruos como los del universo (o Mangaverse, como se le denomina en Marvel) del tipo de Murakami?

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COMIC STRIPS SERIAL KILLER (PERO EN JAPONÉS)

It´s my wild life, Wild life, my life
Shonen Knife, Wild life.

El caso: los cuerpos de más de 10 mujeres son hallados descuartizados y con miembros faltantes. Las autopsias indican que el agresor ha abusado de todas ellas previo a su desmembramiento. Todas las víctimas son menores de edad: entre 6 y 12 años. Tras las minuciosas investigaciones, un hombre es arrestado. Su edad: 28 años. Su nombre: Tsutomu Kiyazaki. Lo particularmente relevante: Kiyazaki era un Otaku. Inmediatamente después de su arresto, en la televisión comienzan a aparecer, como en cascada, imágenes desde el interior de su casa (no lo perdamos de vista: su Otaku). Su recámara: la del típico Otaku (afiches, libreros, del suelo al techo, repletos de videos de Anime, volúmenes y más volúmenes de Manga; ni un mueble, todo es Manga). Es más, su cuarto es siniestramente parecido al de Murakami. Su madre -la de Murakami-, al ver las imágenes, naturalmente, se escandaliza. “¿Estás bien?”, le pregunta. Murakami se defiende explicando los oscuros matices de la cultura Otaku –los intestinos del Manga-: “yo soy uno de esos losers que falló en su intento de convertirse en un rey del Otaku. Sólo alguien con una memoria tan amplia como para debatir puede hacerlo”. Explica que Kiyazaki, el asesino de ninfetas, era también un derrotado incapaz de acumular la información suficiente, y agrega: “su colección de objetos tampoco era tan chida”. Kiyazaki era como Murakami, quien añade: “lo único que lo hacía “diferente” a nosotros era que él videogrababa los cadáveres de las niñas que asesinaba”. ¿Las motivaciones? El reporte policial decía: “el hombre confesó que violó, fotografió y mató a las niñas. También declaró que veía tanto Anime y estaba tan en tono con los suaves cuerpos de las chicas que nunca en realidad llegó a desear a ninguna mujer adulta de carne y hueso”.

En el fanzine Invasión dedicado a la cultura japonesa, Jorge Grajales nos da un dato sobre la cultura contemporánea nipona y su bizarra conexión con el Manga: “Aparte de personas que desafortunadamente son mentalmente inestables o adictas al alcohol, los cambios en la sociedad y la cultura de negocios en Japón durante los pasados veinte años han provocado un incremento en la población de indigentes”. Grajales expone un terrible incendio en Shinjuku, un área que, similar a la escena squatter de Hollywood, California, solía albergar a los homeless y que, por el incidente, terminó dispersándose hacia otros lugares. He aquí la ocupación de los sin techo: “Muchos de ellos hacen dinero pepenando revistas y Manga de la basura, limpiándolos y vendiéndolos en la calle por 100 yens”. En 1988 se alcanzó la cifra de tres billones de Mangas impresas; sirva este dato para calcular la elefantiásica importancia del Manga en Japón y su inevitable aterrizaje en las alcantarillas de la vida urbana nipona. “Si vas a un consultorio médico, en vez de Newsweek hay cómics”, relata Leyna Marika en Girlz+Comix Japanese, un artículo aparecido en el fanzine Ben is dead de 1998, y en el cual desmenuza la cultura del cómic en Japón.

El Manga y las alcantarillas de la extraña forma de vida japonesa conviven en un mismo espacio. Para Murakami es posible explicar muchos aspectos de la cultura contemporánea del Japón por medio del Poku, su situación actual, su pasado milenario (y el más cercano, con Hiroshima y Nagasaki opacando el paisaje) y el futuro que acecha. Su obra, compuesta evidentemente por elementos festivos, intenta llamar la atención sobre la desesperanza del japonés. Su trabajo es “un registro de la lucha que libra la gente discriminada”. El término Otaku es despectivo en Japón, no así en EU, en donde los fans hardcore lo portan con honor y orgullo. En Japón atiende a los estereotipos nacidos del caso Miyazaki: los Otaku son los sociópatas, aunque la juventud y la niñez japonesa tengan en su haber más casos violentos sin ser parte de la tribu del Manga: niños que asesinan a sus padres golpeándolos con bates con punta de metal, o el de un bebé de un año que tomó las llaves de la van de su padre y la estrelló en el jardín de vecino pues había “aprendido” a manejar viendo a su padre jugar videojuegos.

La alienación de los jóvenes japoneses es el rasgo de la generación de la posguerra, la cual se educa en las páginas del Manga; así como los adolescentes occidentales de la Generación Nintendo maman su educación de las ubres de sus consolas. ¿Cuál será la instrucción que están recibiendo los niños mexicanos?

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LOS ERMITAÑOS DEL SOL NACIENTE

Hikikomori –en español: apartados de la sociedad- es una de las nuevas tribus urbanas que los tiempos contemporáneos japoneses han engendrado. Uno de cada diez jóvenes adolescentes lo es. Una cifra alarmante, tomando en cuenta la forma de vida que llevan y sus actividades cotidianas: la idea es no salir de casa. Su Otaku es su madriguera, su refugio. Para los afligidos padres –a los que no les queda de otra más que resignarse y ocultar la infame realidad- se vuelven sus Tamagotchis: mascotas virtuales (pero de carne y hueso) a las que hay que alimentar tres veces al día. Mascotas con exigencias particularmente engorrosas, pues su objetivo final es sostener el menor contacto posible con el mundo exterior y los seres que lo habitan, entre los que, obviamente, se encuentran sus progenitores. Los hikikomoris salen de su radio de “acción” sólo para dirigirse al baño, pero se sabe de casos en los que éstos se van desprendiendo de hábitos elementales, como el de Yoshiko, un niño de 17 años (“el niño de la cocina” por el lugar que eligió para construir su nido solitario) que solía bañarse únicamente una vez cada seis meses.

Su dinámica es muy similar a la del Otaku tradicional: su refugio lo acondicionan con los gadgets necesarios para sobrevivir al aislamiento: videojuegos, Mangas, conexión a Internet, tele por cable, cds. En www.tako.ne.jp un hikimoki describe: “duermo hasta que mis ojos casi se pudren”. Los padres aceptan llevar la pesada carga por una razón cultural que los orilla a esperar a que todo se resuelva, aunque no siempre es así. La causa de este desorden mental (combinación de depresión, estrés escolar, fracaso, novatadas, decepción y falta de capacidad para adaptarse al medio social) no siempre es superada: a veces el resultado final es el suicidio, cuadros violentos o la muerte en manos de los propios padres.

El número de hikikomoris en Japón es exageradamente alto: la cifra oficial habla de 6000, aunque los reportes psiquiátricos reportan que posiblemente más de un millón de jóvenes lo son (10% de la población), y como consecuencia de los actos violentos que llegan a realizar, se les atribuye el crecimiento en las cifras de actos vandálicos. En los primeros meses del año 2000, el número de crímenes juveniles se incrementó un 15 %, y la mirada se posó en el bizarro fenómeno sociológico. La estigmatización de estos seres poco a poco va creando una válvula de escape para el Otaku de toda la vida: el Otaku es indefenso (aunque habría qué preguntarle a Kiyazaki), mientras que los hikikomoris se han visto envueltos en terribles casos de violación, homicidio y secuestro (¿qué tal el de una niña de 9 años que fue liberada tras 10 meses de reclusión forzada por un hikimori?), entre otras lindezas.

La forma de vida de la segunda economía mundial arroja sus heces a la cara del occidental que se alarma por los últimos recursos del japonés: el milenario y mortal harakiri es bien conocido, aunque lentamente se van añadiendo nuevas formas de suicidio: lanzarse al paso de trenes en marcha, aventarse de edificios y ahora con Internet, la concertación de citas para llevar a cabo suicidios en grupo por medio de la inhalación de los gases tóxicos de los automóviles.

MILENIO, SUPLEMENTO TRASPATIO, DICIEMBRE 11, 2004

3 comments:

Jorge Flores-Oliver, aka Blumpi said...

así es. lástima que los gringos estén produciendo "manga" que ni está hecho por artistas japoneses. como los fans suelen ser un poco ciegos al respecto, a veces ni se dan cuenta.

Anonymous said...

el anime es una basura oriental
hace daño sicologico

Anonymous said...

Esto es simplemente el reflejo de una cultura en decadencia como lo dice yukio mishima, en donde ya no se sabe cual es tu verdadero imaginario. Pero creo que tiene mejor sentido su anime que el gabacho, pero tambien creo que todo lo que empieza tiene que acabar.

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