“Recuerdo haber visto, al volver a casa temprano una mañana, tras dejar a mi
mujer en el estudio de cine donde trabajaba, un enorme graffiti pintado en
letras negras sobre la blanca fachada de una casa de Malibú, que decía: “¡Recen por el surf!”. Debajo, en letras rojas de mayor tamaño, un gracioso había añadido: “¡Rezad por el sexo! ¡Ocasiones para el surf nunca faltan!””
Peter Viertel
DE POLINESIA PARA EL MUNDO
El surf es un deporte que nació en Polinesia, y de allí se ha expandido, valga la expresión, en oleadas constantes hasta convertirse en el negocio multimillonario y, sobre todo, el icono (sub) cultural que es ahora.
Los hombres polinesios –“los primeros hijos del mar”- construían flotadores que amarraban con fibra. El clima polinesio era inmejorable. En general, sus enemigos naturales –y que, para su gran fortuna, no solían presentarse muy seguido- eran los tsunamis y las pequeñas erupciones de lava que escupían los volcanes.
Se sabe que cuando los surferos contemporáneos no podían practicar su deporte, dio inicio el skateboarding. De eso hablaremos más adelante, pero en los primeros años, los surfers de Hawai rezaban y cantaban en su tiempo libre.
En sus versos cantaban sobre Kahiki, un lejano y perdido lugar que sus antiguos dioses habitaron. Kahiki es una isla que eventualmente se convirtió en Tahití. Havaiki era su isla hermana. Actualmente la conocemos con el nombre de Hawai, isla en la que se han encontrado jeroglíficos en los que se representaba el deporte. Sus cantos y grabados sobre la piedra volcánica datan de 1500 a.C.
EL DEPORTE DE LA REALEZA
Desde sus orígenes, el surfeo se trató de un deporte de la realeza. En Hawai la realeza la ostentaban los Alii, los reyes y reinas –como Kamehameha I, quien contaba con un campeón surfeador entre sus consejeros- que, invariablemente, se solían avistar sobre sus tablas de surf, igual que hacían los nativos adolescentes. Pero el agua busca su nivel, y los Alii competían entre ellos mientras que los jovenzuelos eran relegados a las ensenadas, en donde eran entrenados por los imponentes Kahunas (hombres de conocimiento), que les transmitían su conocimiento de la ola.
Los Kapuz (que eran tabúes muy rígidos, regidores de la vida diaria) definían los privilegios reales. Entre otras cosas, éstos indicaban el momento en que solo los reyes Alii podían surfear. El pueblo ni siquiera se atrevía a tocar el agua, so pena de muerte. Actualmente se dice que el surf siempre fue para el pueblo y no solamente para los reyes. Quizá los tabúes llegaran en ocasiones a ser relativamente flexibles, pero las reglas eran duras. No por nada al surfing se le conoce como “el antiguo deporte de los reyes Hawaianos”.
Los privilegios reales también determinaban que sólo los gentiles tenían el derecho de usar las tablas Olo. Estas tablas, de 15 pies de largo y 8 de ancho, llegaban a pesar 150 libras (más de 20 kilos), por lo que los surfers reales necesitaban la ayuda de sus esclavos para echarse al mar. Para la elaboración de las Olo, se llevaba a cabo todo un ritual en el que el obrero, tras cortar un árbol wiliwili, ofrecía un tributo a los dioses para así no hacerlos enojar. La tabla solía ser de tan alta calidad que pasaba de generación en generación. Un dato muy interesante, digno de anotarse, es que el surf, al ser parte de las leyes de la isla, era un aspecto de la forma de gobernar de los Alii. El surf era un elemento muy importante de la forma de gobierno.
La gente del pueblo de Waikiki se tenía que conformar con las tablas Alaia. La madera de éstas provenía de árboles frutales llamados koa, con la que la tabla resultaba difícil de controlar, aunque eran mucho más ligeras que sus contrapartes de la alta sociedad. Ambas tablas se tallaban con huesos u otras herramientas de piedra y se les daba un acabado en color negro con pintura vegetal, a veces proveniente del plátano, para finalmente ser cubiertas con una capa de aceite. Los surfers eran muy cuidadosos y daban mantenimiento a la madera de sus tablas y las cubrían con una tela para evitar que se maltrataran. Un antecedente de la decoración actual, tema que trataremos después.
Mientras esto pasaba, las competencias se desarrollaban y el honor se ponía en juego: más que competencias se trataba de duelos que llegaban a durar días, a veces semanas. El ganador de estos duelos se determinaba bajo varios criterios. Unas veces, por ser el primero en llegar a una meta establecida, pero otras por su apariencia. El más elegante sobre la tabla, el más hábil y a veces también el más atractivo, era el que ganaba. En ocasiones, si la meta era, por ejemplo, alcanzar una bandera blanca, el premio era la chica que ondeaba dicha insignia. Un premio nada despreciable.
LOS MITOS DE LOS MEHUNE
Una de las historias más conocida era la que versaba sobre los Menehune, los habitantes originales de la isla. Entre ellos se hallaba Mo´a, que era ni más ni menos que una mujer serpiente con una lengua que se podía quitar y poner a voluntad. Esta mujer sorprendió un día a un joven Alii que surfeaba plácidamente sobre las aguas del Atlántico. Mo´a se le apareció, lo enamoró y ambos terminaron haciendo el amor por meses, hasta que el joven se dio cuenta de que su propia belleza se escapaba de su cuerpo y pidió a la mujer que le permitiera regresar a retar al oleaje. Ella accedió y le obsequió la mejor tabla que ningún surfista tendría jamás: su propia lengua, con la que logró volverse el mejor surfer de todos los tiempos.
Otra historia hablaba de una reina Alii que surcaba las olas con los pechos descubiertos, lo cual es muy factible, como se verá más adelante.
HOT DOGS
Un elemento del surf, siempre presente –y no desde la cultura norteamericana, sino desde los primeros años en Hawai- es el roast dog, un antecedente del omnipresente hot dog, y que incluso los Alii solían comer entre competencia y competencia.
ENCUENTRO DE DOS CULTURAS
Para cuando el capitán británico James Cook llegó a tierras hawaianas en 1770 sobre sus naves, Discovery y Resolution, el surf –el Ka Nalu o He´e Nalu, ese viejo deporte que simbolizaba la unidad física y filosófica del hombre con el mar- era ya una tradición bien arraigada; cosa que no necesariamente fue comprendida por el europeo.
Cook fue el primer oriundo de Europa en atestiguar la práctica del surf –y también el primero en prácticamente apreciar las playas de Hawai, específicamente de la bahía de Kealakekua- y, antes de morir en manos de los mismos hawaianos (pues un día se dieron cuenta de que aquel hombre no era el dios que esperaban pacientemente desde hacía tiempos inmemoriales, además de que intentó secuestrar al jefe de la tribu para tratar de que le regresaran un bote que le habían robado), describió el deporte y apuntaba: “con tales ejercicios, se podría decir que estos hombres son casi anfibios”.
Este documento (terminado de redactar por su teniente James King) es de vital importancia, pues en Hawai no existía un lenguaje escrito, y sus palabras representan la primer evidencia de la existencia escrita del surf.
Pero para el europeo los domadores de olas no eran sino la encarnación misma del mal (además de una pérdida de tiempo), y los primeros grabados en retratar su práctica eran odiosamente inexactos, casi cómicos, con una exactitud muy baja. Si bien los hombres y mujeres que lo practicaban lo veían como una antigua e importante tradición, la verdad era que también lo usaban para hacerse la corte. Y hacerse la corte muchas veces termina en fornicación, no lo olvidemos. Mucho peor si se practicaba como se practicaba en ese entonces: los surfers salían a la mar totalmente desnudos. Y peor aún si, como sucedía a menudo, la corte se realizaba entre hermanos y hermanas. ¡Incesto!
Eso, y las enfermedades que los europeos cargaban en sus barcos y debajo de sus pesadas armaduras, dieron al traste con la práctica del surf. Un período de decadencia embargó al pueblo polinesio; su sistema político –el Kapu- se derrumbó, y con él, todo lo demás.
En la caída del surf tuvo que ver que los mismos Alii obligaron al pueblo a trabajar la tierra para el hombre blanco (los misioneros escoceses y alemanes que llegaron al lugar en 1821), haciendo a un lado actividades banales, como el surf. El maravilloso deporte, que se venía practicando desde hacía muchísimos años, entró en hibernación, de no ser por el empeño que reyes como David Kalakau pusieron en que no desapareciera por completo. Muchas tradiciones hawaianas desaparecieron después de ese oscuro tiempo. Pero el surf sobreviviría y apenas empezando el siglo XX regresaría por sus fueros.
Pero de eso hablaremos después de esta ola...
LA ISLA DE LA FANTASÍA
Como vimos en la primera parte de esta historia del surf, fue tras la llegada del Haole (el hombre blanco) que el deporte de la realeza polinesia, decayó casi hasta el punto de ser declarado oficialmente muerto. Pero la ola regresó a la playa y el deporte tuvo un renacimiento glorioso. Para que ello sucediera, fue necesaria una segunda “oleada” de Haloes. Los beachboys, que les llaman. Turistas que arribaban a los hoteles del flamante destino turístico en que se había convertido Hawai en las décadas de los 30 y 40. Desde 1905 se había constituido en Waikiki un grupo llamado “El Club de las Olas”, formado por un joven de Waikiki llamado Duke Kahanamoku. Él y sus amigos fueron bautizados como “Los Beachboys de Waikiki”. Ellos fueron quienes dieron una nueva bocanada de aire a la disciplina.
Dos años más tarde, un hombre de negocios especializado en bienes raíces llamado Henry Huntington pidió a un hawaiano de origen irlandés de nombre George Freeth que llevara a cabo una demostración del deporte para los turistas de la isla para la inauguración de las vías férreas que iban de Redondo Beach a LA. Alguien que llegó a ser espectador de las evoluciones acuáticas de Freeth fue el escritor Jack London. El show resultó ser un gran éxito en dos vías: los espectadores reaccionaron favorablemente y Freeth aprovechó la ocasión para presentar una nueva tabla que acababa de crear al partir en dos la original de 16 pies de largo. Con ello se inició un nuevo interés por el surf y por la innovación técnica en cuanto a tablas se refiere. London contribuyó escribiendo sobre el surf en publicaciones que se leían nacionalmente, en las que describía a Freeth como “un joven dios de bronce con quemaduras de sol”, y lo comparaba con el dios Mercurio. Y de alguna manera, no estaba lejos de ser una deidad. Por lo menos para el surf, pues posee el título de ser el primer hombre en surfear en Norteamérica. Ello no es necesariamente cierto, pero sí fue la primer estrella surfer.
WAVE RIDING
El deporte demostró ser adictivo. Una vez de regreso a sus hogares, los beachboys no permitieron que su práctica decayera. Sobre todo en las playas californianas, se comenzó a ver a surfers empecinados en sacar más de lo que las poco favorables olas de allí les podían ofrecer. Para sumar problemas, no solo no había una audiencia que siguiera los malabares acuáticos de los surferos, sino que ello significaba también que no había quién les ayudara, como en Hawai. En sus primeras incursiones en la tibia agua hawaiana, los lugareños servían de ayuda a los turistas. Si uno caía de la tabla, allí estaban dispuestos a levantarlos, lo cual no sucedía en Waikiki. Por otro lado, el deporte, sin las gentiles olas de su país de origen, era rudo y agresivo, lo cual provocó que sólo un pequeño grupúsculo de testarudos continuara la práctica. Y eso sucedió durante un aproximado de 30 años, lo que les permitió conocer el mar californiano a fondo. Los surfers acampaban a las orillas de los mares de Malibu, San Onofre y Windandsea, en donde, dicen los historiadores, tras duras jornadas en las hacían recorridos submarinos de reconocimiento –en un punto dejaron las tablas para sumergirse directamente y comprender a fondo la mecánica del oleaje- cuyo fruto no podría haber sido mejor: el reencuentro con la mística Ka Nalu, aquella que decía que la ola era un ente femenino al cual se le debía domar con delicadeza. Las técnicas de cabalgamiento de la ola son narradas en forma casi de relato erótico.
Poco a poco fue robusteciéndose la práctica. Ya habían más y más clubs de surfistas, y Jack London ahora describía las largas filas de lockers en donde los surfers guardaban sus cosas. Un club famoso llegó a contar con 1200 miembros activos. Los surfistas llegaban a las playas en autos convertibles –o convertidos- en los que pudieran cargar sus tablas. Estas últimas fueron metamorfoseándose, volviéndose más y más ligeras con el tiempo. Se necesitaba movilidad y ligereza. A diferencia de sus ancestros en Waikiki quienes se quedaban anclados a sus olas milenarias, los modernos surferos eran nómadas en busca de la ola perfecta, estuviera donde estuviese. Y a diferencia de los Hawaianos, siempre hospitalarios para con los visitantes, la gente de Waikiki reaccionaba hostilmente con los extraños.
Malibu es una playa que se localiza muy cerca de las colinas de Hollywood. Si lees alguna historia del surf cuya fuente sea directa, es decir, escrita por un surfer de aquellos años, lo más seguro es que diga que a los surfers no les interesaba en lo más mínimo la creciente meca del cine. Pero la historia verdadera cuenta lo contrario y, de hecho, la influencia hollywoodense fue un toque de quiebra para la práctica. Ya llegaremos a eso. Mientras tanto y, aburridos de las frías aguas californianas, los surferos comenzaron a viajar hacia México. Mazatlán, San Blas y Acapulco se convirtieron en nuevos spots, en donde el agua era cálida como en Hawai. Al oleaje de estos lugares se le conocía como “la ola verde”, por los tonos del mar. Como un añadido, se puede decir que los surfers disfrutaban las primeras formas de spring breaks, pues se sabe de las francachelas que se llevaban a cabo en Tijuana y las demás sedes del surfeo.
LA MECA
Este año que está acabando, la editorial Taschen lanzó un lujoso libro recopilatorio en el que se pueden apreciar las fotografías que tomó LeRoy Grannis a los surfers durante los años 50 y 60. Allí, Peter Viertel confirma la gran influencia de los estudios cinematográficos en el surf. Viertel habla de Richard Zanuck, hijo del entonces vicepresidente de la 20th Century Fox, Darryl Zanuck. Dick, como le llamaban, había intentado entregarse a la ola en los años hawaianos, pero el peso de esas tablas primigenias no le permitieron hacerlo, “hasta que diseño la tabla de madera de balsa con revestimiento de fibra de vidrio o, a la postre, la blank, de espuma de poliuterano”. No es poca cosa. Ahora una tabla podía pesar solo 12 kilos.
Estamos hablando de la mera década de los 50. El cambio a las tablas de menos peso y el relajamiento de la posguerra (recién había acabado la intrusión norteamericana en Corea del Norte) permitieron que el surf pasara de ser simplemente un deporte, a una subcultura. Los jóvenes rebeldes de chamarras negras que entregaban su vida al cuidado de sus bellísimos coches ahora también encontraban solaz en retar a las olas. A lo largo de la historia hemos sabido de diferentes formas de slacking –es decir, de haraganería- y el surf fue una más de esas formas de vagar. Entregados al surf, se buscaba la mística surfer, pero desde otra perspectiva: el performance. Una combinación de desempeño y apariencia, de look, lo cual atrajo a una horda de rebeldes que no habían practicado el surf pero que veían en él una forma de rebelión. Hombres de pelo largo y portando suásticas, cruces de hierro y cascos de la SS con sobrenombres que daban personalidad a los nuevos personajes: “Mick the Masochist”, “Snake bite”, etc. Ello significó que cada vez más gente prestaba atención a la “nueva” moda. “Para la mayoría, surfear no era otra cosa que un baile de rock n’ roll más, una nueva canción de protesta”, recuerda William Cleary, uno de los primeros historiadores del surf. Dice que en ese frenesí lo importante ya ni siquiera era la ola, sino la playa, que no es lo mismo.
Y así es como el surf llegó a los años 60.
OLA DE LIBERTAD
Resulta que, de la misma manera que la batalla libertaria de los hippies comenzó con una buena intención y posteriormente se deformó hasta volverse una caricatura de la rebelión con una multitud de borregos siguiendo al líder –ya sin personalidad, iniciativa ni criterio propios- al buen surf le sucedió lo mismo. “A lost generation of surf freaks”, le llamaban los auténticos surfers a los clasemedieros que surfeaban por el estatus que hacerlo les daba. El resentimiento que esto provocó hizo que muchos surfers de la vieja guardia trataran de reencontrar la mística perdida. Por ello comenzaron a surfear a solos y bajo el influjo de drogas alucinatorias, con las que intentaban hallar lo que el mar se había llevado. Había qué recobrar la libertad que los experimentados surfers sentían cuando iban sobre sus tablas y que se había transmutado en un desfile engañoso.
Porque el surf representa libertad. Los aficionados y los que lo practican suelen compararlo con otros deportes. A diferencia de otras disciplinas, el que monta una tabla no se encuentra sujeto a reglas férreas y aunque hay una competencia entre surfers, se trata de una lucha a otro nivel, sobre todo porque la competencia real es con el mar. En el aprendizaje del surfer hay un estudio del comportamiento del mar, pues se debe cuidar de los arrecifes y los animales que se llegana mezclar con la ola, como delfines y focas, y al mismo tiempo lograr un balance que lo mantenga sobre la superficie. Existen descripciones muy elaboradas sobre las técnicas de surfeo. En Surfing: al the young wave hunters, el libro del citado Cleary y que data de 1967, se incluyen explicaciones que bien dan una idea de lo que representa la práctica de un deporte de esta naturaleza. Por ello es que se volvió demandante que las tablas evolucionaran: porque el surfer aprovecha su ligereza y maniobrabilidad de tal manera que su desempeño se vuelve mucho mejor con el tiempo. Dice Cleary que para el observador no instruido que ve a un surfer a la distancia, la labor le parece fácil. Nada más lejano de la realidad.
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